Aquel sábado, cumplidos sus deberes en tierra, abordó una vez más su vieja, pero firme embarcación, izó su estandarte, ese sí bastante maltratado y deslavado, en el que a duras penas se adivinaba que alguna vez fue negro y que su insignia era un cráneo y dos tibias, pero esto poco importaba a Rómulo
– Capitán Macías – Se decía a
sí mismo, en voz alta – Es ya la hora de volver a surcar el océano y obtener su
riqueza. Pobre de aquello que se crucen en tu camino. – Y rubricaba su frase
temeraria con una estruendosa carcajada.
El cielo se oscurecía cada vez
más con densas
nubes oscuras, pero a él no le importaba, no sería la primera
vez que navegara bajo el golpeteo pertinaz de la lluvia.
Lo que sí hizo fue ponerse
aquella capa amarilla que le protegía de la precipitación pluvial.
No había más tripulación que
él en la anciana nave, así que tomó el remo y como acostumbraba en todos sus
viajes lo agitó a un lado y otro de la pequeña lancha que yacía a orilla de
aquel río.
Rómulo Macías tenía once años
y como todo niño gustaba de fantasear, esas idas al río con el permiso de sus
abuelos, con quienes vivía, eran una delicia para él.
Por supuesto salía de casa después
de haber desayunado su avena, la misma de todos los días que sacaban de aquel
cilindro de cartón con la imagen de un cuáquero, se la servían con leche, fruta
y miel, y todavía comía dos huevos con frijoles y tortillas, y su aromático
chocolate caliente, así que el pequeño navegante imaginario estaba muy bien
alimentado.
En aquella vieja lancha él se
sentía ni más ni menos que el más temible de los piratas, el mejor tirador,
pescador, salteador y peleador, eso sí galante y considerado con las damas
imaginarias que, no pocas veces, se veían inmiscuidas en sus travesías.
La casa de sus abuelos estaba
a un kilómetro del primer remanso, luego del nacimiento de aquel río, que era
donde se encontraba aquella anciana barca, resguardada en la orilla del río, y
era la casa más alejada de todas, en plena montaña.
Sus vecinos más cercanos vivían
cinco kilómetros más abajo; el viejo trapo que le servía de estandarte era una
playera que le habían dado dos años antes y que tenía aquella emblemática
imagen que identificamos como insignia de los piratas.
El agua empezó a caer y él
simulaba en su juego debatirse con su nave en la más terrible tempestad que se
hubiera visto en el océano, en realidad el agua sólo lo salpicaba de rebote,
pues el tupido follaje de un árbol impedía que la nave se llenara de agua.
En su fantasía él era el
capitán pirata que arengaba a los compañeros a luchar contra la tormenta, pero
también era los tripulantes y no cesaba de remar.
Hasta que después de un largo
rato de manipular aquel viejo remo se cansó y se recostó en la barca quedándose
dormido casi de inmediato, debido al esfuerzo físico que había desplegado, en su
imaginaria gesta heroica contra la fuerza de los elementos, y arrullado por el
sonido del agua cayendo.
Habitualmente el río no era
muy profundo, pero aquel día la lluvia duró mucho rato, el remanso empezó a
incrementar su caudal y la velocidad de la corriente mientras Rómulo dormía,
hasta que las piedras, en que la lancha estaba atorada, quedaron debajo de ésta
y ya no fueron obstáculo para que se moviera.
El niño despertó con la cara y
el pantalón empapados en agua, sintiendo que su momentáneo lecho se movía, se
sentó y descubrió su situación, quiso regresar a su punto de partida remando
con fuerza, pero no pudo avanzar contra corriente, quiso acercarse a una orilla
y luego a la otra para desembarcar, pero tampoco pudo y la lluvia seguía
cayendo.
Al pasar cerca de la siguiente
casa río abajo gritó pidiendo ayuda, pero con el ruido del agua cayendo era
imposible que alguien lo escuchara. Se enconchó y empezó a llorar, estaba
aterrado.
Pero cuando sintió que el agua
inundaba sus tobillos reaccionó, tomo la cubeta que tenía para guardar los
peces que llegaba a pescar con su abuelo José y comenzó a sacar el agua de la
lancha, poniendo más atención en sobrevivir que en lamentarse.
Mientras sacaba el agua, la
barca pasó junto al pueblo, obviamente todos estaban resguardados en sus casas,
distinguió la escuela, y la casa del líder sindical de la fábrica de jabón, debido a la cual se había formado esa población; cuando menos
el setenta por ciento de los que eran cabeza de familia trabajaban en ella, por
eso el líder sindical era una figura muy importante.
Rómulo dejó atrás el pueblo,
la lluvia empezó a amainar poco a poco, hasta que ya no hubo necesidad de
seguir sacando el agua y el pequeño pudo retomar su intento de acercarse a la
orilla, lejos había quedado su pueblo y estaba ya en las afueras del puerto.
Logró llegar a una pequeña playa, hacía rato que ya no llovía, aunque seguía nublado; nunca
había viajado tan lejos él solo, más que en sus fantasías. Serían las cinco de
la tarde, habían pasado cuatro horas desde que despertó en medio del río, pero
para él se sintió como una semana.
Arrastró y empujó la lancha
por la arena, hasta donde supuso que ya no se la llevaría el torrente del río
aunque volviera a crecer, Fue mucho esfuerzo porque la lancha era realmente muy
pesada para él, afortunadamente tenía muy buena condición física, porque
mientras su abuelo trabajaba en la fábrica y él había llegado ya de la escuela,
ayudaba a su abuela en las faenas del campo.
Se recostó en la arena y volvió a quedarse
dormido, en esa siesta sus sueños de pirata fueron más vívidos que nunca.
Soñaba que su navío había sido atacado por un
monstruo marino; el temible Kraken y que, tras ser destrozado su barco, él y
algunos de sus hombres habían logrado enterrar un mástil en uno de sus ojos,
provocando que en su dolor los hubiera arrojado tan lejos de sí que ni siquiera
fueron absorbidos por el terrible remolino que provoca la bestia al sumergirse
de nuevo en las profundidades del mar.
En su sueño él había reaccionado en medio del
océano y lograba asirse a un fragmento del barco, en el que había llegado hasta
la playa, pero perdiendo, por completo, la pista de cualquiera de sus
compañeros.
El protagonista del sueño yacía inconsciente en la playa, escuchó una voz femenina. – ¿Crees que esté muerto? –
Y luego una masculina. – No hija, está respirando. – Rómulo abrió los ojos, tres
rostros lo miraban desde muy cerca. Sobresaltado gritó. – ¡Aaah! – Al tiempo que
se hechaba hacia atrás, con lo cual se pegó en la cabeza contra el bote. – ¡Auch!
– Exclamó entonces.
– ¡Tranquilo! No pasa nada ¿De dónde vienes? –
Rómulo miró a los tres alternativamente antes de contestar.
La voz femenina que lo
despertó es de una niña de su misma edad, y la más hermosa que ha visto en su
vida; la voz que lo interrogaba correspondía a un hombre de cerca de cuarenta años y la
otra cara cuya voz aún no había escuchado era la de un niño de nueve años.
Rómulo platica su travesía,
cae la noche, el adulto, padre de los niños, le pregunta que si tiene
celular, él le dice que no, pero que su abuela y su abuelo tienen; sin embargo
cuando el señor, llamado Ernesto le pregunta el número de alguno de ellos para
comunicarse, Rómulo reconoce que no sabe ninguno de los dos, que nunca lo había
necesitado.
Don Ernesto le dice que no se
preocupe, que lo llevará mañana temprano a su casa, que por lo pronto pasará la
noche con ellos.
Rómulo se siente apenado. Le dice que no se preocupe, que no quiere dar molestias, que dormirá en su bote y que regresará por el mismo camino que llegó, mientras dice esto se mata los zancudos que empiezan a cebarse sobre su cuerpo. Don Ernesto no puede contener la risa ante la ingenuidad y temeridad del niño.
Le dice. – No te preocupes
hijo, no es necesario, en el cuarto de los niños hay suficiente espacio y una
colchoneta para los invitados; si pasaras la noche aquí los zancudos no te
dejarían dormir y amanecerías hecho una ampolla, y río arriba un hombre fornido
tardaría al menos doce horas en llegar a tu casa. Estate tranquilo que no serás
una molestia.
Ante aquellas evidencias y
argumentos el pequeño, se vio obligado a aceptar muy apenado lo que el buen
hombre le ofrecía.
Don Ernesto le presentó a sus
hijos; la bella Alondra y el inquieto Leonardo, caminaron a la casa de ellos,
que se encontraba a pocos pasos de ahí.
Los niños apenas presentados
empezaron a bombardear al recién llegado con toda clase de preguntas acerca de
él y su forma de vida, nunca antes habían convivido con un niño que viviera en
el campo.
Al llegar fueron recibidos por
doña Beatriz, la esposa de Don Ernesto, que quedó impactada con la historia del
muchacho y les ofreció una deliciosa cena. Rómulo agradeció y devoró la comida,
pues desde el desayuno no había probado bocado y como sabemos había tenido un
día muy ajetreado. Le sirvieron tres veces.
Mandaron a los niños a la cama
a las diez de la noche, pero no se durmieron siguieron platicando hasta que a
las doce de la noche el papá de Alondra y de Leonardo los fue a callar y a
apagarles la luz; Leo volvió a tomar la palabra en voz muy baja, apenas un
minuto después que su papá apagara la luz. – Cuéntanos más Macías. Pero
quedito, para que no oigan mis papás.
Le decía Macías, para evita la
risa, porque su nombre se le hacía muy chistoso y sí se lo decía no podría
evitarla. – Macías ¿Ya te dormiste? – Pero Rómulo ya no contestó, la que lo
hizo fue Alondra. – Ya cállate Leo, ya se durmió.
Al día siguiente la familia
emprendió la marcha con Rómulo, era domingo, así que Don Ernesto, ingeniero de
profesión, tenía descanso y aquel viaje fue su paseo dominical, viajaron en su
automóvil, salieron a las 9 y a la 1 pm llegaron al pueblo jabonero.
Los abuelos de Rómulo estaban
desesperados por su desaparición, habían buscado en el bosque, preguntado en
cada casa del pueblo, nadie había visto al muchachito ni a la barca en que
solía jugar y en la que cada domingo salía a pescar con el abuelo.
A cada persona que llegaba al
pueblo le preguntaban si habían visto al rapazuelo; cuando llegó don Ernesto y
familia les preguntaron también y él contestó, no se preocupen, viene con
nosotros, sano y salvo y salieron todos del auto.
Fue un motivo de gran alegría
ver que el niño regresaba, sólo un poco resfriado, debido a la épica mojada que
había sufrido, pero ni siquiera tenía fiebre sólo padecía algo de dolor en el
cuerpo, estaba sonriente y feliz de tener nuevos amigos.
Los abuelos invitaron a la
familia a comer con ellos, tenían que subir por un camino de terracería, seis kilómetros desde el pueblo, pero lo hicieron a caballo disfrutando el contacto
con la naturaleza.
Los abuelos preguntaron a
todos cómo se sentían viajando en caballo, los invitados dijeron que bien, que
lo habían hecho antes en el parque público del puerto, aunque habían sido
viajes más cortos. – Ya vamo a llegar – Dice Rómulo.
Leonardo no puede contener la
risa. – ¿De qué te ríes Leo? – Pregunta doña Beatriz. – Es que aquí hablan bien
chistoso amá, no pronuncian la “s” del final de las palabras. – dice el
pequeño. – No seas irrespetuoso. – Le dice su papá. – Aquí así están
acostumbrados.
Rómulo, reflexiona y dice. –
Tiene razón Leo, la maestra siempre no dice que hay que pronunciar la “s” del
final, sobre todo cuando pluralizas, pero solo lo hacemos en clase porque como
afuera todo los adultos hablan así, pue… pues nosotros hablamos igual. Creo
que nos hace falta más contacto con gente educada como ustedes.
Todos ríen, contentos del
viaje y sus descubrimientos. Al llegar a la casa el grupo se divide; la abuela
y doña Beatriz se van a la cocina, los señores se van al comedor a platicar, y
los niños afuera de la casa donde Rómulo les muestra las gallinas, guajolotes y
el puerco que crían, y se ponen a jugar con el perro de Rómulo.
Hasta que los llaman a la
mesa. Comen todos con mucho gusto y en la sobremesa don Ernesto pide permiso de
hacerle un sencillo regalo al niño, este consiste en un directorio de bolsillo.
Don Ernesto le dice. – Aquí puedes anotar los números telefónicos de tus
abuelos para que te puedes comunicar de algún teléfono público con ellos,
también los nuestros para cuando quieras o necesites llamarnos, ya sabes que
somos tus amigos
Rómulo se pone muy contento
con aquel regalo, en ese mismo momento comienza a pedir y anotar los números de
todos en su nueva libreta. Y dice orgulloso. – Ahora sí ya voy a hablar
pronunciando siempre la “s”, porque ya soy persona importante, ya hasta
directorio tengo. – Todos ríen ante su ocurrencia.
Alondra dice – Claro que eres
importante. – provocando que él se sonroje.
Leo secunda. – Eso aunque
sigas hablando chistoso. – Él sonríe.
Tercia doña Beatriz. – Además
eres una persona muy especial porque eres todo un aventurero.
Don Ernesto dice – Pero no te envanezcas por
eso.
Y agrega la abuela. – Ademá desde cuando te dije chamaco que tenía que anotar y aprenderte lo número de tu
abuelo José y el mío. Pero a vece decía que sí y no lo hacía y otra de plano
decía que nada te podía pasar, nomá te contradecía tu mismo.
El abuelo dice – Lo bueno e que ya aprendiste. Lo malo e que perdimo la lancha pa que eso ocurriera.
– No se preocupe don José yo se la traigo la
próxima semana. – Dijo el ingeniero.
– Hombre patrón pero que pena
que se tome tanta molestia. – Contestó el abuelo.
– No se apure Don José, seguro que a los niños les encantará volver a ver a su nieto ¿Verdad niños? – Dijo doña Beatriz, y los niños contestaron a coro. – Sí, sí. – Y agregó ella. – Además doña Mary – Dijo, refiriéndose a la abuela. - Me va a enseñar a preparar una receta que me interesa mucho.
– Bueno, pue si ya se dio así, a mí me dará
mucho gusto recibirlos a todos en esta su humilde casa. – Concluyó don José
satisfecho.
Así fue, como aquellas dos
familias tan diferentes entre sí, pero respetuosas de sus diferencias iniciaron
una sólida amistad. Rómulo Macías cambió sus hábitos de lectura, sustituyó la
literatura de piratas por la literatura romántica ¿Por qué sería?
Ray Manzanárez
Para escuchar y ver amenas interpretaciones de cuentos clásicos para niños visita el canal de YouTube: Raymundo Manzanárez.