sábado, 13 de febrero de 2021

EL PIRATA ROMÁNTICO (#RetoSoM40Semanas - semana 1)





 Aquel sábado, cumplidos sus deberes en tierra, abordó una vez más su vieja, pero firme embarcación, izó su estandarte, ese sí bastante maltratado y deslavado, en el que a duras penas se adivinaba que alguna vez fue negro y que su insignia era un cráneo y dos tibias, pero esto poco importaba a Rómulo

– Capitán Macías – Se decía a sí mismo, en voz alta – Es ya la hora de volver a surcar el océano y obtener su riqueza. Pobre de aquello que se crucen en tu camino. – Y rubricaba su frase temeraria con una estruendosa carcajada.

El cielo se oscurecía cada vez más con densas
nubes oscuras, pero a él no le importaba, no sería la primera vez que navegara bajo el golpeteo pertinaz de la lluvia.

Lo que sí hizo fue ponerse aquella capa amarilla que le protegía de la precipitación pluvial.

No había más tripulación que él en la anciana nave, así que tomó el remo y como acostumbraba en todos sus viajes lo agitó a un lado y otro de la pequeña lancha que yacía a orilla de aquel río.

Rómulo Macías tenía once años y como todo niño gustaba de fantasear, esas idas al río con el permiso de sus abuelos, con quienes vivía, eran una delicia para él.

Por supuesto salía de casa después de haber desayunado su avena, la misma de todos los días que sacaban de aquel cilindro de cartón con la imagen de un cuáquero, se la servían con leche, fruta y miel, y todavía comía dos huevos con frijoles y tortillas, y su aromático chocolate caliente, así que el pequeño navegante imaginario estaba muy bien alimentado.

En aquella vieja lancha él se sentía ni más ni menos que el más temible de los piratas, el mejor tirador, pescador, salteador y peleador, eso sí galante y considerado con las damas imaginarias que, no pocas veces, se veían inmiscuidas en sus travesías.

La casa de sus abuelos estaba a un kilómetro del primer remanso, luego del nacimiento de aquel río, que era donde se encontraba aquella anciana barca, resguardada en la orilla del río, y era la casa más alejada de todas, en plena montaña.

Sus vecinos más cercanos vivían cinco kilómetros más abajo; el viejo trapo que le servía de estandarte era una playera que le habían dado dos años antes y que tenía aquella emblemática imagen que identificamos como insignia de los piratas.

El agua empezó a caer y él simulaba en su juego debatirse con su nave en la más terrible tempestad que se hubiera visto en el océano, en realidad el agua sólo lo salpicaba de rebote, pues el tupido follaje de un árbol impedía que la nave se llenara de agua.

En su fantasía él era el capitán pirata que arengaba a los compañeros a luchar contra la tormenta, pero también era los tripulantes y no cesaba de remar.

Hasta que después de un largo rato de manipular aquel viejo remo se cansó y se recostó en la barca quedándose dormido casi de inmediato, debido al esfuerzo físico que había desplegado, en su imaginaria gesta heroica contra la fuerza de los elementos, y arrullado por el sonido del agua cayendo.

Habitualmente el río no era muy profundo, pero aquel día la lluvia duró mucho rato, el remanso empezó a incrementar su caudal y la velocidad de la corriente mientras Rómulo dormía, hasta que las piedras, en que la lancha estaba atorada, quedaron debajo de ésta y ya no fueron obstáculo para que se moviera.

El niño despertó con la cara y el pantalón empapados en agua, sintiendo que su momentáneo lecho se movía, se sentó y descubrió su situación, quiso regresar a su punto de partida remando con fuerza, pero no pudo avanzar contra corriente, quiso acercarse a una orilla y luego a la otra para desembarcar, pero tampoco pudo y la lluvia seguía cayendo.

Al pasar cerca de la siguiente casa río abajo gritó pidiendo ayuda, pero con el ruido del agua cayendo era imposible que alguien lo escuchara. Se enconchó y empezó a llorar, estaba aterrado.

Pero cuando sintió que el agua inundaba sus tobillos reaccionó, tomo la cubeta que tenía para guardar los peces que llegaba a pescar con su abuelo José y comenzó a sacar el agua de la lancha, poniendo más atención en sobrevivir que en lamentarse.

Mientras sacaba el agua, la barca pasó junto al pueblo, obviamente todos estaban resguardados en sus casas, distinguió la escuela, y la casa del líder sindical de la fábrica de jabón, debido a la cual se había formado esa población; cuando menos el setenta por ciento de los que eran cabeza de familia trabajaban en ella, por eso el líder sindical era una figura muy importante.

Rómulo dejó atrás el pueblo, la lluvia empezó a amainar poco a poco, hasta que ya no hubo necesidad de seguir sacando el agua y el pequeño pudo retomar su intento de acercarse a la orilla, lejos había quedado su pueblo y estaba ya en las afueras del puerto.

Logró llegar a una pequeña playa, hacía rato que ya no llovía, aunque seguía nublado; nunca había viajado tan lejos él solo, más que en sus fantasías. Serían las cinco de la tarde, habían pasado cuatro horas desde que despertó en medio del río, pero para él se sintió como una semana.

Arrastró y empujó la lancha por la arena, hasta donde supuso que ya no se la llevaría el torrente del río aunque volviera a crecer, Fue mucho esfuerzo porque la lancha era realmente muy pesada para él, afortunadamente tenía muy buena condición física, porque mientras su abuelo trabajaba en la fábrica y él había llegado ya de la escuela, ayudaba a su abuela en las faenas del campo.

Se recostó en la arena y volvió a quedarse dormido, en esa siesta sus sueños de pirata fueron más vívidos que nunca.

Soñaba que su navío había sido atacado por un monstruo marino; el temible Kraken y que, tras ser destrozado su barco, él y algunos de sus hombres habían logrado enterrar un mástil en uno de sus ojos, provocando que en su dolor los hubiera arrojado tan lejos de sí que ni siquiera fueron absorbidos por el terrible remolino que provoca la bestia al sumergirse de nuevo en las profundidades del mar.

En su sueño él había reaccionado en medio del océano y lograba asirse a un fragmento del barco, en el que había llegado hasta la playa, pero perdiendo, por completo, la pista de cualquiera de sus compañeros.

El protagonista del sueño yacía inconsciente en la playa, escuchó una voz femenina. – ¿Crees que esté muerto? – Y luego una masculina. – No hija, está respirando. – Rómulo abrió los ojos, tres rostros lo miraban desde muy cerca. Sobresaltado gritó. – ¡Aaah! – Al tiempo que se hechaba hacia atrás, con lo cual se pegó en la cabeza contra el bote. – ¡Auch! – Exclamó entonces.

 – ¡Tranquilo! No pasa nada ¿De dónde vienes? – Rómulo miró a los tres alternativamente antes de contestar.

La voz femenina que lo despertó es de una niña de su misma edad, y la más hermosa que ha visto en su vida; la voz que lo interrogaba correspondía a un hombre de cerca de cuarenta años y la otra cara cuya voz aún no había escuchado era la de un niño de nueve años.

Rómulo platica su travesía, cae la noche, el adulto, padre de los niños, le pregunta que si tiene celular, él le dice que no, pero que su abuela y su abuelo tienen; sin embargo cuando el señor, llamado Ernesto le pregunta el número de alguno de ellos para comunicarse, Rómulo reconoce que no sabe ninguno de los dos, que nunca lo había necesitado.

Don Ernesto le dice que no se preocupe, que lo llevará mañana temprano a su casa, que por lo pronto pasará la noche con ellos.

Rómulo se siente apenado. Le dice que no se preocupe, que no quiere dar molestias, que dormirá en su bote y que regresará por el mismo camino que llegó, mientras dice esto se mata los zancudos que empiezan a cebarse sobre su cuerpo. Don Ernesto no puede contener la risa ante la ingenuidad y temeridad del niño.

Le dice. – No te preocupes hijo, no es necesario, en el cuarto de los niños hay suficiente espacio y una colchoneta para los invitados; si pasaras la noche aquí los zancudos no te dejarían dormir y amanecerías hecho una ampolla, y río arriba un hombre fornido tardaría al menos doce horas en llegar a tu casa. Estate tranquilo que no serás una molestia.

Ante aquellas evidencias y argumentos el pequeño, se vio obligado a aceptar muy apenado lo que el buen hombre le ofrecía.

Don Ernesto le presentó a sus hijos; la bella Alondra y el inquieto Leonardo, caminaron a la casa de ellos, que se encontraba a pocos pasos de ahí.

Los niños apenas presentados empezaron a bombardear al recién llegado con toda clase de preguntas acerca de él y su forma de vida, nunca antes habían convivido con un niño que viviera en el campo.

Al llegar fueron recibidos por doña Beatriz, la esposa de Don Ernesto, que quedó impactada con la historia del muchacho y les ofreció una deliciosa cena. Rómulo agradeció y devoró la comida, pues desde el desayuno no había probado bocado y como sabemos había tenido un día muy ajetreado. Le sirvieron tres veces.

Mandaron a los niños a la cama a las diez de la noche, pero no se durmieron siguieron platicando hasta que a las doce de la noche el papá de Alondra y de Leonardo los fue a callar y a apagarles la luz; Leo volvió a tomar la palabra en voz muy baja, apenas un minuto después que su papá apagara la luz. – Cuéntanos más Macías. Pero quedito, para que no oigan mis papás.

Le decía Macías, para evita la risa, porque su nombre se le hacía muy chistoso y sí se lo decía no podría evitarla. – Macías ¿Ya te dormiste? – Pero Rómulo ya no contestó, la que lo hizo fue Alondra. – Ya cállate Leo, ya se durmió.

Al día siguiente la familia emprendió la marcha con Rómulo, era domingo, así que Don Ernesto, ingeniero de profesión, tenía descanso y aquel viaje fue su paseo dominical, viajaron en su automóvil, salieron a las 9 y a la 1 pm llegaron al pueblo jabonero.

Los abuelos de Rómulo estaban desesperados por su desaparición, habían buscado en el bosque, preguntado en cada casa del pueblo, nadie había visto al muchachito ni a la barca en que solía jugar y en la que cada domingo salía a pescar con el abuelo.

A cada persona que llegaba al pueblo le preguntaban si habían visto al rapazuelo; cuando llegó don Ernesto y familia les preguntaron también y él contestó, no se preocupen, viene con nosotros, sano y salvo y salieron todos del auto.

Fue un motivo de gran alegría ver que el niño regresaba, sólo un poco resfriado, debido a la épica mojada que había sufrido, pero ni siquiera tenía fiebre sólo padecía algo de dolor en el cuerpo, estaba sonriente y feliz de tener nuevos amigos.

Los abuelos invitaron a la familia a comer con ellos, tenían que subir por un camino de terracería, seis kilómetros desde el pueblo, pero lo hicieron a caballo disfrutando el contacto con la naturaleza.

Los abuelos preguntaron a todos cómo se sentían viajando en caballo, los invitados dijeron que bien, que lo habían hecho antes en el parque público del puerto, aunque habían sido viajes más cortos. – Ya vamo a llegar – Dice Rómulo.

Leonardo no puede contener la risa. – ¿De qué te ríes Leo? – Pregunta doña Beatriz. – Es que aquí hablan bien chistoso amá, no pronuncian la “s” del final de las palabras. – dice el pequeño. – No seas irrespetuoso. – Le dice su papá. – Aquí así están acostumbrados.

Rómulo, reflexiona y dice. – Tiene razón Leo, la maestra siempre no dice que hay que pronunciar la “s” del final, sobre todo cuando pluralizas, pero solo lo hacemos en clase porque como afuera todo los adultos hablan así, pue… pues nosotros hablamos igual. Creo que nos hace falta más contacto con gente educada como ustedes.

Todos ríen, contentos del viaje y sus descubrimientos. Al llegar a la casa el grupo se divide; la abuela y doña Beatriz se van a la cocina, los señores se van al comedor a platicar, y los niños afuera de la casa donde Rómulo les muestra las gallinas, guajolotes y el puerco que crían, y se ponen a jugar con el perro de Rómulo.

Hasta que los llaman a la mesa. Comen todos con mucho gusto y en la sobremesa don Ernesto pide permiso de hacerle un sencillo regalo al niño, este consiste en un directorio de bolsillo. Don Ernesto le dice. – Aquí puedes anotar los números telefónicos de tus abuelos para que te puedes comunicar de algún teléfono público con ellos, también los nuestros para cuando quieras o necesites llamarnos, ya sabes que somos tus amigos

Rómulo se pone muy contento con aquel regalo, en ese mismo momento comienza a pedir y anotar los números de todos en su nueva libreta. Y dice orgulloso. – Ahora sí ya voy a hablar pronunciando siempre la “s”, porque ya soy persona importante, ya hasta directorio tengo. – Todos ríen ante su ocurrencia.

Alondra dice – Claro que eres importante. – provocando que él se sonroje.

Leo secunda. – Eso aunque sigas hablando chistoso. – Él sonríe.

Tercia doña Beatriz. – Además eres una persona muy especial porque eres todo un aventurero.

 Don Ernesto dice – Pero no te envanezcas por eso.

Y agrega la abuela. – Ademá desde cuando te dije chamaco que tenía que anotar y aprenderte lo número de tu abuelo José y el mío. Pero a vece decía que sí y no lo hacía y otra de plano decía que nada te podía pasar, nomá te contradecía tu mismo.

El abuelo dice – Lo bueno e que ya aprendiste. Lo malo e que perdimo la lancha pa que eso ocurriera.

 – No se preocupe don José yo se la traigo la próxima semana. – Dijo el ingeniero.

– Hombre patrón pero que pena que se tome tanta molestia. – Contestó el abuelo.

– No se apure Don José, seguro que a los niños les encantará volver a ver a su nieto ¿Verdad niños? – Dijo doña Beatriz, y los niños contestaron a coro. – Sí, sí. – Y agregó ella. – Además doña Mary – Dijo, refiriéndose a la abuela. - Me va a enseñar a preparar una receta que me interesa mucho.

 – Bueno, pue si ya se dio así, a mí me dará mucho gusto recibirlos a todos en esta su humilde casa. – Concluyó don José satisfecho.

Así fue, como aquellas dos familias tan diferentes entre sí, pero respetuosas de sus diferencias iniciaron una sólida amistad. Rómulo Macías cambió sus hábitos de lectura, sustituyó la literatura de piratas por la literatura romántica ¿Por qué sería?

Ray Manzanárez

Para escuchar y ver amenas interpretaciones de cuentos clásicos para niños visita el canal de YouTube: Raymundo Manzanárez.