Finalmente
me salvé gracias a que calqué sólo los buenos hábitos alimenticios de aquel
hombre, ahora todos los días tomo mi té de Jamaica en ayunas y también después
de cada comida. Habitualmente en el desayuno como al menos un plátano. Eso ha
regularizado mi presión, por supuesto, también ayuda el trabajo físico que
ahora realizo, a diferencia del sedentarismo que antes me caracterizaba. También
he disminuido notablemente mi consumo de sal, las frituras me están proscritas.
Ahora
tengo una bella familia, mi mujer es extraordinariamente hermosa y dulce, y
aunque el niño no es mío se ha acostumbrado muy rápido a llamarme papá y a
tratarme con ese cariño. He sido bendecido y ellos se sienten bendecidos
conmigo. ¿Qué más podría pedir?
Pero
no siempre fue así, hace apenas dos años mi vida era muy diferente, realizaba
un trabajo de oficina tedioso, diariamente debía capturar y corregir una enmarañada
montaña de documentos que nada tenían que ver conmigo, era un trabajo en el que
no tenía satisfacción alguna, cuando terminaba un bloque de trabajo ya tenía
otro esperándome.
Los
días se sucedían sin que yo tuviera otros deseos más que el comer
desenfrenadamente, beber todas las noches y disfrutar mi día descanso. También
fumaba bastante.
Llegué
a pesar cien kilogramos, mucho para mi metro con sesenta y ocho de estatura y a
enfermar de la presión. Pero el alcohol y la comida no eran realmente un placer
sino más bien una fuga.
Todo
este declive en el que vivía comenzó con el engaño de mi mujer, yo dejé los
estudios por ella, quería ser comunicólogo, ella se embarazó y dijo que era de
mí; cuatro años después la encontré con aquel hombre, yo estaba en forma en
aquél entonces, aunque el tipo era más alto le di una golpiza, pero ella se
interpuso.
Me
dijo que él era el papá del niño y que lo dejara en paz, pues era el amor de su
vida, que lamentaba haberme engañado. Así ella y el que creía mi hijo se fueron
con él.
Por
ellos eran todos mis esfuerzos, por ella me había peleado con mis padres, por
ellos tomé aquel trabajo de oficina. Cuando ellos se fueron mi vida perdió todo
sentido.
El
tipo era un político y le estaba yendo bien, por eso regresó por Samantha y por
el pequeño Elías, no para convertirla en su esposa, que él ya tenía, sino para
volverla su segundo frente.
Para
ella eso bastaba y yo no podía vivir con eso, así hice mis costumbres el beber
todos los días y comer cual si no tuviera fondo. Cinco años pasaron así.
El
médico me dijo que si quería recuperar la salud, debía abandonar por completo
la vida que llevaba, incluso mudarme de la Ciudad de México hacia un clima
tropical; que estaba en riesgo de sufrir un infarto y no sé cuántas cosas más.
Sólo tenía veintisiete años, pero tenía la condición física de un anciano.
Para
completar aquél terrible cuadro me tocó ver como mi enemigo, el hombre al que
debía mis desgracias se incorporaba al partido en cuyas oficinas yo trabajaba.
Cada vez que lo veía me invadían deseos asesinos; durante tres meses, desde que
él llegó, me imaginaba matándolo, cada vez que lo veía.
La
consecuencia de esa obsesión hizo que empezara a descuidar mi trabajo, él fingía
no reconocerme, no sería tan extraño
dado que cambié mucho físicamente en esos cinco años, pero más de una vez noté
que se estremecía cuando me descubría mirándolo; seguro que el odio en mi
mirada le hizo reconocerme aunque no me hubiera reconocido en un principio.
Su
documentación la llevaba su secretario particular y no teníamos ninguna
necesidad de tratarnos directamente.
El
tipo, llamado Enrique, estaba en pre campaña para senaduría, y como se veía el
asunto tenía el apoyo de la mayoría de las personas importantes del partido. Al
día siguiente de que se anunció que, en efecto él contendería por el partido
para la senaduría decidí renunciar, porque no iba yo a contribuir a su campaña
en modo alguno.
Ese
día del anuncio lo vi llegar con su legítima esposa y sus dos legítimos hijos,
la mayor tenía trece años y el menor once y eran muy blancos como su esposa. También
a ellos me imaginé matándolos y a él sufriendo por sus hijos muertos.
Mientras
servían el banquete realizado por la designación de los candidatos, lo vi a él
disculpándose con su esposa porque se ausentaría, lo seguí. Pude ver como se
reunía con Samantha a unas cuadras de ahí y con el que yo alguna vez pensé que era
mi hijo, ya tenía ocho años; noté como se parecía físicamente a su padre.
Tenía ganas de abrazar al niño y de matar a sus
dos padres, me quedé en un rincón en el que no podía ser visto y estaba
suficientemente lejos. Me acometió un acceso incontrolable de llanto, que duró
varios minutos. Cuando mis ojos se secaron fue que decidí presentar mi renuncia
al día siguiente, y así lo hice, llevé mi carta de renuncia a mi jefe apenas
empezando el turno.
Para aquel entonces ya vivía, otra vez, con mis
padres, aunque realmente no convivía con ellos. Le pedí a mamá el teléfono del
tío Jacinto, su hermano, que vivía en la costa de Guerrero; me comuniqué con él
y le platiqué sobre mi situación médica, le dije que por esa misma razón había
decidido dejar el trabajo.
Le pedí que me permitiera pasar una temporada
con él y su familia y me ofrecí a ayudarle en su ranchito. El tío
me dijo que estaba muy bien, que siempre hacían falta manos, que comida y techo
no me faltarían y seguro unos centavos para mis gastos.
Mi madre escuchó todo lo que platiqué con el
tío y se alegró de ver que mi vida tomaba un rumbo diferente al de la
autodestrucción que la había caracterizado los últimos años. Me abrazó, lloró
conmigo y me llenó de bendiciones, mi padre se nos unió sin saber bien que
estaba pasando, hasta que mi madre me pidió que se lo contara.
Él también se alegró por mí y me pidió que no
dejara de mantenerme en contacto. Así fue como empezó una nueva etapa en mi
vida.
Llegué al ranchito de mi tío, al principio no
aguantaba nada, tan desacostumbrado como estaba a la actividad física, pero
poco a poco fui agarrando condición. En un año yo ya estaba casi tan fuerte
como antes de empezar a autodestruirme, aunque de repente me volvía a subir la
presión, sin embargo ya era un ranchero bastante funcional.
De vez en cuando íbamos al terreno de mi primo,
que estaba acondicionando porque pronto se casaría, para ese momento la casa ya
estaba terminada. Él se llama igual que mi tío y es su primogénito, pero como
acá en el campo las costumbres son muy arraigadas, mientras a mi tío le dicen
Chinto a él todo el mundo le dice Chintito.
Por aquel entonces vino un médico que andaba de
casa por una campaña de salud, andaba con una enfermera, pero esta tuvo un
accidente y la mandaron a descansar por unos días, así que una joven de la
región tomo el lugar de ésta y con ella llegó a la casa de mi primo uno de esos
días en que todos andábamos por allá.
La muchacha tendría unos veinte años, yo me
quedé impactado por su belleza, ella notó como la miraba y se sonrojaba, así
que traté de no ser tan obvio, pero creo que no lo conseguí, porque cuando me iba
a tomar la presión se le cayó el baumanómetro y apenas alcancé yo a agarrarlo,
como ella también quiso a hacerlo nuestras caras quedaron muy cerca, casi para
el beso.
Mi presión estaba un poco alta, le platiqué al
doctor mi condición y él le pidió a la muchacha que anotara las recomendaciones
que él daba para mejorar mis problemas de salud, entonces ella dijo. – Así mijmito
come mi marido. Nomáj que el sí bebe retiharto.
Al saber que era casada la decepción se reflejó
en mi rostro, ella me miró como disculpándose y volvió a sonrojarse.
Esa noche me quedé en la casa de mi primo, pues
estaba muy cansado; los demás regresaron al rancho del tío Chinto.
Al día siguiente muy temprano nos fuimos a desayunar
al mercado del pueblo. Ahí nos encontramos a la improvisada ayudante del doctor,
pero tenía la boca hinchada y un ojo morado. – ¿Qué le pasó señito? – Le
pregunté, acercándome a ella con el corazón acelerado.
En seguida oí un fuerte grito varonil. – Ají te
quería encontrar jija de la chingada. ¿Ají que con ejte cabrón me anda poniendo
lo cuerno? – El hombre, de unos cuarenta y cinco años, estaba a unos diez
metros, sacó su machete de la funda y se abalanzó sobre mí, mientras ella
gritaba. – ¡No Juan! ¡Ejtáj equivocado! –
Chintito sacó su machete y lo puso en mi mano,
me hice a un lado y alcancé a detener el golpe del marido ofendido, tanto él como yo con la
fuerza del choque nos fuimos hacia atrás, yo pegué contra un árbol y me desmayé, pero la
cabeza de él fue a dar contra una piedra; ya no se levantó, murió
instantáneamente.
Fuimos a dar a la alcaldía, todos testificaron que
sólo me había defendido y salí sin cargos. Resultó que el marido era de otra
costa, veracruzano y no se le conocían parientes, por lo cual no tuve que temer
la venganza de la familia, lo cual acá es muy común.
La mujer enterró a su marido y una semana
después me fue a buscar al rancho del tío Chinto, llevaba a su hijo de tres
años, me preguntó que si me iba a juntar con ella o si la iba a dejar sola. Yo
le dije que me gustaba muchísimo y que si a ella le agradaba la idea yo estaría
muy feliz de tenerla por mujer.
Con lo que ahorré trabajando con el tío,
conseguí un terrenito que he estado acondicionando estos últimos meses, por azares
del destino adquirí esta familia y la verdad es que ahora estoy sano y soy muy
feliz.
Ray Manzanárez (21-02-2021)