domingo, 21 de febrero de 2021

EL ABANDONADO (#RetoSoM40Semanas - semana 3)

 


Finalmente me salvé gracias a que calqué sólo los buenos hábitos alimenticios de aquel hombre, ahora todos los días tomo mi té de Jamaica en ayunas y también después de cada comida. Habitualmente en el desayuno como al menos un plátano. Eso ha regularizado mi presión, por supuesto, también ayuda el trabajo físico que ahora realizo, a diferencia del sedentarismo que antes me caracterizaba. También he disminuido notablemente mi consumo de sal, las frituras me están proscritas.

Ahora tengo una bella familia, mi mujer es extraordinariamente hermosa y dulce, y aunque el niño no es mío se ha acostumbrado muy rápido a llamarme papá y a tratarme con ese cariño. He sido bendecido y ellos se sienten bendecidos conmigo. ¿Qué más podría pedir?

Pero no siempre fue así, hace apenas dos años mi vida era muy diferente, realizaba un trabajo de oficina tedioso, diariamente debía capturar y corregir una enmarañada montaña de documentos que nada tenían que ver conmigo, era un trabajo en el que no tenía satisfacción alguna, cuando terminaba un bloque de trabajo ya tenía otro esperándome.

Los días se sucedían sin que yo tuviera otros deseos más que el comer desenfrenadamente, beber todas las noches y disfrutar mi día descanso. También fumaba bastante.

Llegué a pesar cien kilogramos, mucho para mi metro con sesenta y ocho de estatura y a enfermar de la presión. Pero el alcohol y la comida no eran realmente un placer sino más bien una fuga.

Todo este declive en el que vivía comenzó con el engaño de mi mujer, yo dejé los estudios por ella, quería ser comunicólogo, ella se embarazó y dijo que era de mí; cuatro años después la encontré con aquel hombre, yo estaba en forma en aquél entonces, aunque el tipo era más alto le di una golpiza, pero ella se interpuso.

Me dijo que él era el papá del niño y que lo dejara en paz, pues era el amor de su vida, que lamentaba haberme engañado. Así ella y el que creía mi hijo se fueron con él.

Por ellos eran todos mis esfuerzos, por ella me había peleado con mis padres, por ellos tomé aquel trabajo de oficina. Cuando ellos se fueron mi vida perdió todo sentido.

El tipo era un político y le estaba yendo bien, por eso regresó por Samantha y por el pequeño Elías, no para convertirla en su esposa, que él ya tenía, sino para volverla su segundo frente.

Para ella eso bastaba y yo no podía vivir con eso, así hice mis costumbres el beber todos los días y comer cual si no tuviera fondo. Cinco años pasaron así.

El médico me dijo que si quería recuperar la salud, debía abandonar por completo la vida que llevaba, incluso mudarme de la Ciudad de México hacia un clima tropical; que estaba en riesgo de sufrir un infarto y no sé cuántas cosas más. Sólo tenía veintisiete años, pero tenía la condición física de un anciano.

Para completar aquél terrible cuadro me tocó ver como mi enemigo, el hombre al que debía mis desgracias se incorporaba al partido en cuyas oficinas yo trabajaba. Cada vez que lo veía me invadían deseos asesinos; durante tres meses, desde que él llegó, me imaginaba matándolo, cada vez que lo veía.

La consecuencia de esa obsesión hizo que empezara a descuidar mi trabajo, él fingía no reconocerme, no sería tan  extraño dado que cambié mucho físicamente en esos cinco años, pero más de una vez noté que se estremecía cuando me descubría mirándolo; seguro que el odio en mi mirada le hizo reconocerme aunque no me hubiera reconocido en un principio.

Su documentación la llevaba su secretario particular y no teníamos ninguna necesidad de tratarnos directamente.

El tipo, llamado Enrique, estaba en pre campaña para senaduría, y como se veía el asunto tenía el apoyo de la mayoría de las personas importantes del partido. Al día siguiente de que se anunció que, en efecto él contendería por el partido para la senaduría decidí renunciar, porque no iba yo a contribuir a su campaña en modo alguno.

Ese día del anuncio lo vi llegar con su legítima esposa y sus dos legítimos hijos, la mayor tenía trece años y el menor once y eran muy blancos como su esposa. También a ellos me imaginé matándolos y a él sufriendo por sus hijos muertos.

Mientras servían el banquete realizado por la designación de los candidatos, lo vi a él disculpándose con su esposa porque se ausentaría, lo seguí. Pude ver como se reunía con Samantha a unas cuadras de ahí y con el que yo alguna vez pensé que era mi hijo, ya tenía ocho años; noté como se parecía físicamente a su padre.

Tenía ganas de abrazar al niño y de matar a sus dos padres, me quedé en un rincón en el que no podía ser visto y estaba suficientemente lejos. Me acometió un acceso incontrolable de llanto, que duró varios minutos. Cuando mis ojos se secaron fue que decidí presentar mi renuncia al día siguiente, y así lo hice, llevé mi carta de renuncia a mi jefe apenas empezando el turno.

Para aquel entonces ya vivía, otra vez, con mis padres, aunque realmente no convivía con ellos. Le pedí a mamá el teléfono del tío Jacinto, su hermano, que vivía en la costa de Guerrero; me comuniqué con él y le platiqué sobre mi situación médica, le dije que por esa misma razón había decidido dejar el trabajo.

Le pedí que me permitiera pasar una temporada con él y su familia y me ofrecí a ayudarle en su ranchito. El tío me dijo que estaba muy bien, que siempre hacían falta manos, que comida y techo no me faltarían y seguro unos centavos para mis gastos.

Mi madre escuchó todo lo que platiqué con el tío y se alegró de ver que mi vida tomaba un rumbo diferente al de la autodestrucción que la había caracterizado los últimos años. Me abrazó, lloró conmigo y me llenó de bendiciones, mi padre se nos unió sin saber bien que estaba pasando, hasta que mi madre me pidió que se lo contara.

Él también se alegró por mí y me pidió que no dejara de mantenerme en contacto. Así fue como empezó una nueva etapa en mi vida.

Llegué al ranchito de mi tío, al principio no aguantaba nada, tan desacostumbrado como estaba a la actividad física, pero poco a poco fui agarrando condición. En un año yo ya estaba casi tan fuerte como antes de empezar a autodestruirme, aunque de repente me volvía a subir la presión, sin embargo ya era un ranchero bastante funcional.

De vez en cuando íbamos al terreno de mi primo, que estaba acondicionando porque pronto se casaría, para ese momento la casa ya estaba terminada. Él se llama igual que mi tío y es su primogénito, pero como acá en el campo las costumbres son muy arraigadas, mientras a mi tío le dicen Chinto a él todo el mundo le dice Chintito.

Por aquel entonces vino un médico que andaba de casa por una campaña de salud, andaba con una enfermera, pero esta tuvo un accidente y la mandaron a descansar por unos días, así que una joven de la región tomo el lugar de ésta y con ella llegó a la casa de mi primo uno de esos días en que todos andábamos por allá.

La muchacha tendría unos veinte años, yo me quedé impactado por su belleza, ella notó como la miraba y se sonrojaba, así que traté de no ser tan obvio, pero creo que no lo conseguí, porque cuando me iba a tomar la presión se le cayó el baumanómetro y apenas alcancé yo a agarrarlo, como ella también quiso a hacerlo nuestras caras quedaron muy cerca, casi para el beso.

Mi presión estaba un poco alta, le platiqué al doctor mi condición y él le pidió a la muchacha que anotara las recomendaciones que él daba para mejorar mis problemas de salud, entonces ella dijo. – Así mijmito come mi marido. Nomáj que el sí bebe retiharto.

Al saber que era casada la decepción se reflejó en mi rostro, ella me miró como disculpándose y volvió a sonrojarse.

Esa noche me quedé en la casa de mi primo, pues estaba muy cansado; los demás regresaron al rancho del tío Chinto.

Al día siguiente muy temprano nos fuimos a desayunar al mercado del pueblo. Ahí nos encontramos a la improvisada ayudante del doctor, pero tenía la boca hinchada y un ojo morado. – ¿Qué le pasó señito? – Le pregunté, acercándome a ella con el corazón acelerado.

En seguida oí un fuerte grito varonil. – Ají te quería encontrar jija de la chingada. ¿Ají que con ejte cabrón me anda poniendo lo cuerno? – El hombre, de unos cuarenta y cinco años, estaba a unos diez metros, sacó su machete de la funda y se abalanzó sobre mí, mientras ella gritaba. – ¡No Juan! ¡Ejtáj equivocado! –

Chintito sacó su machete y lo puso en mi mano, me hice a un lado y alcancé a detener el golpe del marido ofendido, tanto él como yo con la fuerza del choque nos fuimos hacia atrás, yo pegué contra un árbol y me desmayé, pero la cabeza de él fue a dar contra una piedra; ya no se levantó, murió instantáneamente.

Fuimos a dar a la alcaldía, todos testificaron que sólo me había defendido y salí sin cargos. Resultó que el marido era de otra costa, veracruzano y no se le conocían parientes, por lo cual no tuve que temer la venganza de la familia, lo cual acá es muy común.

La mujer enterró a su marido y una semana después me fue a buscar al rancho del tío Chinto, llevaba a su hijo de tres años, me preguntó que si me iba a juntar con ella o si la iba a dejar sola. Yo le dije que me gustaba muchísimo y que si a ella le agradaba la idea yo estaría muy feliz de tenerla por mujer.

Con lo que ahorré trabajando con el tío, conseguí un terrenito que he estado acondicionando estos últimos meses, por azares del destino adquirí esta familia y la verdad es que ahora estoy sano y soy muy feliz.

Ray Manzanárez (21-02-2021)