Vivían en la hecatombe,
la guerra llegó, por las razones de siempre: Poder. Con el pretexto de siempre:
Servir a Dios.
Diariamente, desde
nuestra dimensión, contemplábamos con frialdad a los diversos seres que habitan
este planeta, buscábamos un indicio, algo que nos dijera que había una especie que
sobreviviría a todo este caos…
Ya estamos aquí, lo hemos logrado, hemos encarnado en estas criaturas aparentemente inofensivas, ahora devoraremos a esa plaga llamada humanos.
Nos hemos camuflado hemos pasado desapercibidos para ellos, hemos conseguido hacerles creer que somos inofensivos; únicamente al encontrarlos solos, de uno en uno los cazamos.
Apenas alcanzan a exclamar sorpresa, pero ya no tienen oportunidad de gritar
somos extremadamente veloces y voraces. Hemos llegado a esta vida para quedarnos
y aniquilarlos.
Lo que desató la caída de
esta especie fue la misma radiación que ellos provocaron con sus combates, todo
lo que dejaron flotando en el ambiente hizo mutar a esos singulares seres más
viejos que ellos; las cucarachas.
Observamos como al desovar sus huevos brillaban y el resultado era que sus crías nacían más fuertes, veloces, inteligentes y con la capacidad de camuflarse como los extintos camaleones.
Así fue como decidimos que nuestras almas ocuparían sus
cuerpos. Yo me fui con muchas otras almas a una cafetera abandonada que usó para
anidar una cucaracha gorda y llena de vida.
Ray Manzanárez