Mientras
Carlo le mostraba el castillo a Bianca iba relatándole la historia de como su
familia se había hecho de tan singular construcción:
“Mi hermana menor es Tamara, aunque claro, a
ella ya la conoces; mi mamá es Rosalía y papá es Gonzalo, antes vivíamos en la
capital. Nuestro abuelo materno se llamaba Iván y mi abuela Helena, ella falleció
cuando yo tenía tres años, sólo sé cómo era por las fotos. No tengo recuerdos
de ella.
Nuestro abuelo Iván era como
una mezcla de Einstein y actor de comedia, en realidad era muy simpático y de
toda la familia a los únicos a quienes veía seguido era a nosotros; cada dos viernes
mi madre recibía dinero que él enviaba para que viniéramos a visitarlo, así que
al día siguiente, el sábado salíamos de la capital muy temprano hacía acá.
La casa como ya notaste está en las afueras de la ciudad, y es muy peculiar, bueno, como puedes ver es un castillo medieval, que él hizo construir. Desde lejos se pierde a la vista entre la vegetación, pero estarás de acuerdo en que por dentro es muy cálido y confortable."
Bianca asintió.
"Llegábamos con el abuelo a
comer, luego nos íbamos a caminar por estos caminos de ronda que comunican una
almena con otra, y por los que transitamos ahora, como puedes ver están llenos
de plantas con flores y hay algunas aves, como estas.”
Dijo
Carlo mostrándole unos bellos papagayos que comían semillas de girasol de un
comedero, y siguió narrando
“Cuando se nos bajaba la
comida íbamos a nadar al foso, que puedes mirar desde aquí. En realidad es una
alberca; no creas que hay cocodrilos o algo peligroso, a veces íbamos al patio
a jugar todos, incluyendo a mis padres y al abuelo.
Por las noches cenábamos y
jugábamos algún juego de mesa. Después nos íbamos a dormir mi hermana y yo en
la recámara que nos asignaba el abuelo y él nos contaba alguna historia
maravillosa en la que él era protagonista, o a veces un testigo privilegiado.
Como yo ya estaba creciendo, y
nunca había visto las cosas que mencionaba, empezaba a creer que se las
inventaba, pero no me importaba, porque en realidad las disfrutábamos bastante.
De hecho desde los diez años ponía
en duda cuando decía que la ventana de su cuarto se abría cada noche hacía un
lugar diferente y que si él la atravesara diariamente desembocaría en
una aventura diferente cada noche.
Decía que no nos podía llevar
porque era muy peligroso y que todavía éramos muy pequeños para exponernos. Yo
decía – Ajá, si claro. – Y mi hermana, que en todo quiere ser como yo, repetía.
– Ajá, si claro. – Los domingos desayunábamos y comíamos con él y después
regresábamos a la capital.
Los últimos dos fines de
semana, que pasamos con él, estuvo decaído, ya no participó en nuestros
juegos, nos miraba sonriente sentado en una mecedora que le sacaban al patio.
Eso sí, no dejó de contarnos la historia acostumbrada.
Pero también me dijo a mí que
muy pronto su cuarto sería mío, que me dejaría unas cosas en una mochila, muy
importantes para que me cuidara y las llevara la noche que decidiera salir por la
ventana del cuarto a disfrutar de una aventura.
El miércoles siguiente a la
salida de la escuela, papá pasó por nosotros, pero en lugar de ir a nuestra
casa vinimos al castillo del abuelo, mamá ya estaba aquí. Esa noche lo velamos,
pues su ama de llaves lo había encontrado muerto por la mañana en su cuarto.
Dicen que murió tranquilo, supe, después, que
antes de acostarse le dijo al ama de llaves que ya no se levantaría por la
mañana, que le llamara temprano a mi mamá y que le entregara una carta que él
le dejó.
Había muchos parientes a los
que no veía seguido, algunas amistades del abuelo que sí había llegado a
conocer, pero también había gente que yo no conocía.
Yo ya no era tan pequeño, un
mes antes había cumplido los doce años, pero sí tenía costumbre de dormir
temprano, así que alrededor de las doce, cuando mi mamá vio que me caía de
sueño me envío a dormir, sólo que en lugar de mandarme a la habitación de siempre
me mandó a la del abuelo. Sí me dio un poco de cuscús.
Claro que no le iba a decir a
mi mamá. Así que entré, pero, ya adentro, me sentí muy tranquilo hay fotos de
todos nosotros; de mis bisabuelos, de mi abuelo y mi abuela. También están el
librero, el clóset, la cama que es muy cómoda, y los dos burós junto a esta. Sobre
el buró del lado derecho de la estaba la mochila de la que me habló mi
abuelo.
Abrí el bolsillo de enfrente, había una carta para mí, En el sobre tenía mi nombre, decía: Para
Carlo. De su abuelo Iván. No te voy a contar todo lo que decía para no
aburrirte, pero en síntesis me hablaba de que en la mochila encontraría todo lo
que necesitaba para estar a salvo en cuanto me decidiera a salir por la ventana
mágica.
Se me había quitado el sueño,
así que, medio jugando, me coloqué la mochila, recorrí la cortina de la ventana
y luego jalé hacía mí las hojas de madera que cierran la gruesa ventana; al otro lado
estaba demasiado oscuro, pero me pareció ver ramas de árbol.
Metí la mano en la mochila y
saqué una lámpara sorda; en efecto tras la ventana se veía una tupida trama de
ramas secas, parecían formar un piso que se extendía desde el ras de la
ventana, atravesé la ventana, palpando con cautela la trama de gruesas ramas
que resultó ser bastante sólida.
Salí al otro lado, miré hacia la ventana que había cruzado, sólo se veía un hueco
cuadrado en el sitio por el que había salido y se veía que había una luz que
venía de él; era la luz de la habitación.
Comencé a explorar el lugar,
lámpara en mano, piso y pared estaban hechos con esa impresionante trama de
ramas gruesas, pero no había esquinas, era una construcción hecha en redondo; se veían también restos de grandes hojas secas.
Mi mirada topó con un objeto
que parecía una gran roca muy lisa, como las piedras de río, pero con algunas
grietas; era de color hueso con grandes manchas color café, otra roca estaba a
un lado, parecía haber un camino entre ellas, pero descubrí que tras de ellas
había otra gran roca.
El ambiente era húmedo y muy
caliente, alumbré hacia arriba; el techo tenía una consistencia muy peculiar,
me pareció que se movía, como si estuviera respirando.
De pronto una de las piedras
comenzó a fracturarse, el techo se elevó y pude ver que era un pájaro gigante,
me escondí detrás de una de las piedras que aún no se fracturaba.
Entonces comprendí que estaba
en un enorme nido y en un mundo de gigantes, aquellas piedras eran huevos; en
aquel mundo era de día, perdí de vista la ventana, ya que ahora la claridad de
la luz solar hacía imposible ver la luz del cuarto.
Ya no necesitaba la lámpara de
mano, así que la devolví a la mochila, rogando al cielo que la gran ave no me
descubriera.
La madre de los huevos salió
volando, pero entonces el huevo tras el que me había escondido se empezó a
fracturar también, corrí hacia el tercer huevo a tiempo para evitar que me
cayera un pedazo de cascarón, vi entonces salir el pico del primer descomunal
polluelo.
Comencé a tantear la orilla
del nido con el pie, buscando la ventana, mientras el enorme crío terminaba de
romper el cascarón. Salió entonces su cabeza completa, llovían pedazos de
cascarón, no sabía si los polluelos podrían verme o no, no tengo idea de si
nacen con vista, pero los pedazos de cascarón salían volando y la cabeza del
polluelo era enorme, yo cabría completo en su pico.
Terminó de romper el cascarón
y lo vi venir hacía mí tambaleante, pensé que me caería encima, pero el otro
huevo rodó y le obstruyó el paso, entonces por fortuna encontré la ventana con
mi pie. Y me deslicé por ella, apenas esquivando el huevo que rodaba ahora en
dirección a mí; atravesé la ventana y me puse a salvo.
Cerré la ventana y la cortina,
estaba cansado y agitado, pero había descubierto que las cosas que contaba el
abuelo no eran fantasías, sino realidades increíbles.
Terminé la primaria, y nos
mudamos para acá, donde tú y yo nos hemos conocido este año en la secundaria. Cada
viernes por la noche, como hoy, cruzo esa ventana y tengo aventuras
extraordinarias. Así que desde que estoy aquí me ejercito de forma constante,
porque las aventuras demandan una buena condición física.
Por eso estoy en forma y pude alcanzar y meterle al pie a ese ladrón haciendo que cayera y soltara tu mochila que había robado. Que bueno que salió corriendo, porque le hubiera dado una buena golpiza.”
Carlo
y Bianca, la compañera de Carlo, de trece años como él, habían llegado hasta la
puerta de la mencionada recámara; ella lo miró sonriendo y le dijo. – Que
chorero eres Carlo. Pero no es necesario que me cuentes esa historia para
llevarme a tu cuarto y besarme, no soy una niña de cinco años. Vamos. – Y
entraron.
Tamara
de once años y su compañera Abigail, hermana de Bianca, quien se había quedado
también con el permiso de sus padres a pasar la noche en el castillo miraban
escondidas la escena. Apenas sus hermanos cerraron la puerta estallaron en
risitas.
Una
vez que se calmaron Tamara le dijo a Abigail.
–
Lo de los cuentos del abuelo, que murió el año pasado y que heredamos el castillo, es
cierto ¿He? Lo de la ventana y los pájaros gigantes yo creo que sí es un choro
de mi hermano. Sí recuerdo que el abuelo decía eso de la ventana, pero bueno,
ya tengo once años, no puedo seguir creyendo que esos cuentos son historias reales. Lo que sí me queda
claro es que Carlo heredó su talento como narrador.
Las
chicas, ante el impedimento de la puerta cerrada, dejaron de espiar a los
hermanos mayores y se fueron al cuarto de Tamara a tomar chocolate y mirar una
película.
Ray
Manzanárez (06-03-2021)