viernes, 5 de marzo de 2021

LA VENTANA VIAJERA (#RetoSoM40Semanas Semana 5)

 


Mientras Carlo le mostraba el castillo a Bianca iba relatándole la historia de como su familia se había hecho de tan singular construcción:

 “Mi hermana menor es Tamara, aunque claro, a ella ya la conoces; mi mamá es Rosalía y papá es Gonzalo, antes vivíamos en la capital. Nuestro abuelo materno se llamaba Iván y mi abuela Helena, ella falleció cuando yo tenía tres años, sólo sé cómo era por las fotos. No tengo recuerdos de ella.

Nuestro abuelo Iván era como una mezcla de Einstein y actor de comedia, en realidad era muy simpático y de toda la familia a los únicos a quienes veía seguido era a nosotros; cada dos viernes mi madre recibía dinero que él enviaba para que viniéramos a visitarlo, así que al día siguiente, el sábado salíamos de la capital muy temprano hacía acá.

La casa como ya notaste está en las afueras de la ciudad, y es muy peculiar, bueno, como puedes ver es un castillo medieval, que él hizo construir. Desde lejos se pierde a la vista entre la vegetación, pero estarás de acuerdo en que por dentro es muy cálido y confortable."

Bianca asintió.

"Llegábamos con el abuelo a comer, luego nos íbamos a caminar por estos caminos de ronda que comunican una almena con otra, y por los que transitamos ahora, como puedes ver están llenos de plantas con flores y hay algunas aves, como estas.”

Dijo Carlo mostrándole unos bellos papagayos que comían semillas de girasol de un comedero, y siguió narrando

“Cuando se nos bajaba la comida íbamos a nadar al foso, que puedes mirar desde aquí. En realidad es una alberca; no creas que hay cocodrilos o algo peligroso, a veces íbamos al patio a jugar todos, incluyendo a mis padres y al abuelo.

Por las noches cenábamos y jugábamos algún juego de mesa. Después nos íbamos a dormir mi hermana y yo en la recámara que nos asignaba el abuelo y él nos contaba alguna historia maravillosa en la que él era protagonista, o a veces un testigo privilegiado.

Como yo ya estaba creciendo, y nunca había visto las cosas que mencionaba, empezaba a creer que se las inventaba, pero no me importaba, porque en realidad las disfrutábamos bastante.

De hecho desde los diez años ponía en duda cuando decía que la ventana de su cuarto se abría cada noche hacía un lugar diferente y que si él la atravesara diariamente desembocaría en una aventura diferente cada noche.

Decía que no nos podía llevar porque era muy peligroso y que todavía éramos muy pequeños para exponernos. Yo decía – Ajá, si claro. – Y mi hermana, que en todo quiere ser como yo, repetía. – Ajá, si claro. – Los domingos desayunábamos y comíamos con él y después regresábamos a la capital.

Los últimos dos fines de semana, que pasamos con él, estuvo decaído, ya no participó en nuestros juegos, nos miraba sonriente sentado en una mecedora que le sacaban al patio. Eso sí, no dejó de contarnos la historia acostumbrada.

Pero también me dijo a mí que muy pronto su cuarto sería mío, que me dejaría unas cosas en una mochila, muy importantes para que me cuidara y las llevara la noche que decidiera salir por la ventana del cuarto a disfrutar de una aventura.

El miércoles siguiente a la salida de la escuela, papá pasó por nosotros, pero en lugar de ir a nuestra casa vinimos al castillo del abuelo, mamá ya estaba aquí. Esa noche lo velamos, pues su ama de llaves lo había encontrado muerto por la mañana en su cuarto.

Dicen que murió tranquilo, supe, después, que antes de acostarse le dijo al ama de llaves que ya no se levantaría por la mañana, que le llamara temprano a mi mamá y que le entregara una carta que él le dejó.

Había muchos parientes a los que no veía seguido, algunas amistades del abuelo que sí había llegado a conocer, pero también había gente que yo no conocía.

Yo ya no era tan pequeño, un mes antes había cumplido los doce años, pero sí tenía costumbre de dormir temprano, así que alrededor de las doce, cuando mi mamá vio que me caía de sueño me envío a dormir, sólo que en lugar de mandarme a la habitación de siempre me mandó a la del abuelo. Sí me dio un poco de cuscús.

Claro que no le iba a decir a mi mamá. Así que entré, pero, ya adentro, me sentí muy tranquilo hay fotos de todos nosotros; de mis bisabuelos, de mi abuelo y mi abuela. También están el librero, el clóset, la cama que es muy cómoda, y los dos burós junto a esta. Sobre el buró del lado derecho de la  estaba la mochila de la que me habló mi abuelo.

Abrí el bolsillo de enfrente, había una carta para mí, En el sobre tenía mi nombre, decía: Para Carlo. De su abuelo Iván. No te voy a contar todo lo que decía para no aburrirte, pero en síntesis me hablaba de que en la mochila encontraría todo lo que necesitaba para estar a salvo en cuanto me decidiera a salir por la ventana mágica.

Se me había quitado el sueño, así que, medio jugando, me coloqué la mochila, recorrí la cortina de la ventana y luego jalé hacía mí las hojas de madera que cierran la gruesa ventana; al otro lado estaba demasiado oscuro, pero me pareció ver ramas de árbol.

Metí la mano en la mochila y saqué una lámpara sorda; en efecto tras la ventana se veía una tupida trama de ramas secas, parecían formar un piso que se extendía desde el ras de la ventana, atravesé la ventana, palpando con cautela la trama de gruesas ramas que resultó ser bastante sólida.

Salí al otro lado, miré hacia la ventana que había cruzado, sólo se veía un hueco cuadrado en el sitio por el que había salido y se veía que había una luz que venía de él; era la luz de la habitación.

Comencé a explorar el lugar, lámpara en mano, piso y pared estaban hechos con esa impresionante trama de ramas gruesas, pero no había esquinas, era una construcción hecha en redondo; se veían también restos de grandes hojas secas.

Mi mirada topó con un objeto que parecía una gran roca muy lisa, como las piedras de río, pero con algunas grietas; era de color hueso con grandes manchas color café, otra roca estaba a un lado, parecía haber un camino entre ellas, pero descubrí que tras de ellas había otra gran roca.

El ambiente era húmedo y muy caliente, alumbré hacia arriba; el techo tenía una consistencia muy peculiar, me pareció que se movía, como si estuviera respirando.

De pronto una de las piedras comenzó a fracturarse, el techo se elevó y pude ver que era un pájaro gigante, me escondí detrás de una de las piedras que aún no se fracturaba.

Entonces comprendí que estaba en un enorme nido y en un mundo de gigantes, aquellas piedras eran huevos; en aquel mundo era de día, perdí de vista la ventana, ya que ahora la claridad de la luz solar hacía imposible ver la luz del cuarto.

Ya no necesitaba la lámpara de mano, así que la devolví a la mochila, rogando al cielo que la gran ave no me descubriera.

La madre de los huevos salió volando, pero entonces el huevo tras el que me había escondido se empezó a fracturar también, corrí hacia el tercer huevo a tiempo para evitar que me cayera un pedazo de cascarón, vi entonces salir el pico del primer descomunal polluelo.

Comencé a tantear la orilla del nido con el pie, buscando la ventana, mientras el enorme crío terminaba de romper el cascarón. Salió entonces su cabeza completa, llovían pedazos de cascarón, no sabía si los polluelos podrían verme o no, no tengo idea de si nacen con vista, pero los pedazos de cascarón salían volando y la cabeza del polluelo era enorme, yo cabría completo en su pico.

Terminó de romper el cascarón y lo vi venir hacía mí tambaleante, pensé que me caería encima, pero el otro huevo rodó y le obstruyó el paso, entonces por fortuna encontré la ventana con mi pie. Y me deslicé por ella, apenas esquivando el huevo que rodaba ahora en dirección a mí; atravesé la ventana y me puse a salvo.

Cerré la ventana y la cortina, estaba cansado y agitado, pero había descubierto que las cosas que contaba el abuelo no eran fantasías, sino realidades increíbles.

Terminé la primaria, y nos mudamos para acá, donde tú y yo nos hemos conocido este año en la secundaria. Cada viernes por la noche, como hoy, cruzo esa ventana y tengo aventuras extraordinarias. Así que desde que estoy aquí me ejercito de forma constante, porque las aventuras demandan una buena condición física.

Por eso estoy en forma y pude alcanzar y meterle al pie a ese ladrón haciendo que cayera  y soltara tu mochila que había robado. Que bueno que salió corriendo, porque le hubiera dado una buena golpiza.”

Carlo y Bianca, la compañera de Carlo, de trece años como él, habían llegado hasta la puerta de la mencionada recámara; ella lo miró sonriendo y le dijo. – Que chorero eres Carlo. Pero no es necesario que me cuentes esa historia para llevarme a tu cuarto y besarme, no soy una niña de cinco años. Vamos. – Y entraron.

Tamara de once años y su compañera Abigail, hermana de Bianca, quien se había quedado también con el permiso de sus padres a pasar la noche en el castillo miraban escondidas la escena. Apenas sus hermanos cerraron la puerta estallaron en risitas.

Una vez que se calmaron Tamara le dijo a Abigail.

– Lo de los cuentos del abuelo, que murió el año pasado y que heredamos el castillo, es cierto ¿He? Lo de la ventana y los pájaros gigantes yo creo que sí es un choro de mi hermano. Sí recuerdo que el abuelo decía eso de la ventana, pero bueno, ya tengo once años, no puedo seguir creyendo que esos cuentos son historias reales. Lo que sí me queda claro es que Carlo heredó su talento como narrador.

Las chicas, ante el impedimento de la puerta cerrada, dejaron de espiar a los hermanos mayores y se fueron al cuarto de Tamara a tomar chocolate y mirar una película.

Ray Manzanárez (06-03-2021)


domingo, 28 de febrero de 2021

ÓNIX (#RetoSoM40Semanas - semana 4)

 




Mientras me trasladaban de la habitación a la sala de operaciones me mentalizaba, ya sabía que nuestros cirujanos hacen maravillas y que no podía pasar nada malo, bueno más bien creía que no pasaría nada malo.

En efecto, el trabajo que hacen ellos es excelente, pero lo que han hecho conmigo es deleznable.

Cuando llegué a la sala de operaciones me extrañó, el alcanzar a ver que había alguien más en una plancha ¿Dos operaciones al mismo tiempo en la misma sala? Era algo que yo no imaginaba; no había crisis de espacio ni de recursos; eso era algo que solo ocurría en la tierra, por eso nuestros abuelos prefirieron mudarse aquí.

Todavía más sorprendente resultó el hecho de que levanté un poco la cabeza y al girar la vista, hacia la otra plancha de operaciones, vi a Tobías, mi enemigo, quien a su vez me miraba con asombro en una posición similar a la mía.

Quise preguntar qué era lo que pasaba, pero en ese momento me pusieron una mascarilla para que inhalara la anestesia y ya no pude objetar nada.

Horas después de la operación desperté en el cuarto del hospital, mi madre estaba frente a mí, me miraba con una cara entre el terror y la lástima; era una mirada demasiado inquietante, cerré los ojos y quise darme vuelta hacia el lado opuesto, pero esto fue imposible.

Me atreví a preguntar al fin. – ¿Qué ocurre mamá? ¿Por qué me miras así? – Ella contestó. – La verdad Pekka, nunca pensé que ésta sería la mejora que te harían, nunca había conocido a nadie que fuera como tú eres ahora hijo.

Sentí una gran ansiedad en mi pecho y no tenía idea de que estaba hablando. Entonces escuché la voz de Tobías, casi en mi cráneo. – Pekka, tú y yo ahora somos un solo ser…

Me ha costado mucho superar el shock, resulta que yo firmé aceptando esto y Tobías también lo hizo, pero ninguno de los dos se ocupó de leer lo que nos iban a hacer.

Ahora él y yo somos uno solo, pero con dos cabezas, cuatro piernas y cuatro brazos; tenemos una columna cibernética común con gran movilidad, se bifurca hacia bajo conectándose con nuestras dos pelvis que son independientes, y hace lo mismo hacia arriba donde se bifurca hacia nuestros cuellos.

Nuestras extremidades están reforzadas con flexibles armaduras subcutáneas que se adaptan al trabajo de nuestros músculos.

Somos la sensación en el espectáculo de la lucha libre; a pesar de nuestra monstruosidad no nos faltan mujeres, pero nunca podremos volver a vivir una vida normal.

Además partieron la piedra que había en mi bolsillo cuando ingresé al hospital; incrustaron la mitad en su frente y la otra mitad en la mía y así nos llaman, como esa piedra: Ónix.

Es irónico porque esa piedra que lucimos ahora es la misma que ocasionó que llegáramos a este estado.

El problema empezó una tarde en que veía a singulares aves destrozar a serpientes; solía coincidir ahí con Tobías; la granja se encontraba entre las parcelas que él supervisaba y las que supervisaba yo y era el camino natural que debíamos tomar los dos para regresar a nuestros apartamentos.

Aquel día ocurrió algo excepcional cuando una de las aves tomó una culebra magenta entre sus patas y la azotó contra una roca, para romper su cráneo, una pulida y brillante piedra negra salió volando de su hocico hacia donde estábamos nosotros, saltando el muro de vidrio que nos separaba de ellas; cayó enfrente, y ambos quisimos tomarla, nuestras cabezas chocaron.

Desde donde quedamos tirados, ambos, estiramos una mano para tomarla, nuestras manos chocaron como antes nuestras cabezas, impulsé mi cuerpo sobre mi codo con la intención de cubrir la piedra, pero entonces Tobías me dio un fuerte rodillazo.

Tuve que echarme hacia atrás, vi como él tomaba la piedra, pero sobreponiéndome al dolor en mi costado me arrojé sobre él y di un potente puñetazo en su mandíbula que lo hizo soltar la piedra.

Quedamos los dos de pie, frente a frente, tomamos aire y posponiendo el tomar la piedra continuamos la pelea.

Estábamos en igualdad de condiciones, misma edad, complexión similar y ninguno de los dos había hecho aún mejoras cibernéticas a su cuerpo, alcancé a ver de reojo como las aves dentro de su jaula, pegadas al vidrio nos miraban ahora a nosotros, sin dejar de engullir sus ofidios.

Pasaron de ser el espectáculo a ser espectadoras. La situación era un tanto ridícula. Se escuchó una autoritaria voz. – ¡Paren su riña! – él volteó a mirar de donde venía la voz y yo aproveché para saltar sobre la piedra, ya sabía que era la guardia modular la que nos reprendía.

Cogí la piedra y la alcancé a esconder entre mi ropa antes de ser esposado. Las peleas estaban completamente prohibidas, a no ser las que se realizaban por espectáculo y que controlaba el estado, obteniendo sustanciosas ganancias.

Yo estaba convencido de que nos pondrían una multa y nos dejarían ir en un par horas. Pero estaba muy equivocado.

Me pasaron con el juez cívico; dijo que seríamos condenados a un año de cárcel por daños en propiedad pública.

Era absurdo lo que decía, así que le pedí que se explicara, el mostró en un monitor la pared de vidrio de aquella jaula junto a la que habíamos estado golpeándonos mi estúpido colega y yo; estaba estrellada, sin embargo yo recordaba perfectamente que no la habíamos tocado e incluso que las criaturas presas en la jaula nos estaban contemplando como si fuésemos animales en exhibición.

El juez me dijo que el daño estaba hecho que no tenía caso negarlo y que los guardias eran testigos. Me sentí completamente abatido; sabía que todo eso era una mentira, pero un joven de veintiún años que no quiso estudiar la universidad, no tenía oportunidad alguna de rebatir lo que afirmaba un juez que presentaba evidencias y que tenía como testigos a guardias.

Me quedé sin palabras, mirando hacia el suelo, sintiendo que mi mundo se había acabado.

Palpé en mi bolsillo aquella piedra negra y las lágrimas brotaron de mis ojos, había sido una pelea muy estúpida, pensé en mis padres, en mi hermana, en mi novia en todo lo que estaba a punto de perder y mi pecho se estremecía con los sollozos.

El juez tocó mi hombro, me dijo. – Tranquilo, tenemos una oportunidad para que no tengas que pagar tu año de cárcel, es algo excepcional, se requiere un joven como tú, que ya haya dejado de crecer, pero que aún no se haya hecho mejoras; tu cuerpo es fuerte y estético, haremos de ti un luchador excepcional, el estado pagará tu operación, tu entrenamiento y sabes muy bien lo que gana un luchador profesional.

No podía creer lo que estaba oyendo, no sólo no iría a la cárcel sino que tendría un trabajo muy bien pagado; además, ser luchador era algo que yo secretamente anhelaba. Acepté y firmé los papeles de inmediato; sin leer nada, ese fue mi error, debí haber leído antes lo que estaba autorizando que hicieran conmigo.

Pero se preguntarán quien era yo antes de este incidente.

Nací aquí en la estación orbital de Ceres, en el módulo cuatro. Actualmente, en el año 72 ya son 10 módulos. Me llamo Pekka en honor al hombre que teorizó la estación en la que vivimos ahora.

Sí, me llamo como el 5% de los hombres que vivimos aquí. ¡Habiendo tantos nombres! Debieron ponerme un nombre diferente; José o Juan, casi nadie se llama así. Bueno, a final de cuentas ya no importa, ya nadie me llama así.

Vivo en un hábitat cilíndrico que tiene diez kilómetros de extensión, un kilómetro de radio y que efectúa una rotación completa cada 66 segundos con lo cual se genera una gravedad idéntica a la de la tierra, el lugar en que nacieron nuestros abuelos. Nací en el año 2150 dc, según la cuenta terrestre, y en el año 50 de la estación P. J. Ceres.

Gracias a que en las ciudades tenemos iluminación artificial, los días y noches son similares a los de la tierra.

Hasta hace poco la normalidad para mí era disfrutar de la comodidad de vivir en la casa paterna, de los muchos pasatiempos que ofrece la ciudad para los jóvenes de mi edad, y en mi turno laboral estar en el campo, supervisando las labores que realizan las máquinas para proveernos de los frutos que brinda el lecho de suelo de metro y medio de profundidad.

Toda ella extraída del planeta Ceres, que está ubicado en el cinturón de Asteroides de nuestro sistema solar, de donde extraemos también el agua, manteniendo en esos sentidos autonomía con respecto al planeta Tierra.

Mientras trabajaba me ejercitaba y entrenaba lucha yo solo, pues el trabajo no era tan demandante.

Todo en mi mundo se conectaba perfectamente, y en una granja cercana a mi lugar de trabajo los científicos se ocupaban de buscar mejoras a las especies animales de las que nos alimentamos.

Me gustaba asomarme todos los días por ahí para ver a las enormes gallinatruces que pesan un promedio de 30 kilogramos y alcanzan una altura de alrededor de 1 metro; toda una maravilla de la ingeniería genética que nuestros abuelos nunca hubieran imaginado.

Pasan la mayor parte del tiempo echadas, como mansas gallinas normales, pero apenas les arrojan las culebras que constituyen su alimento cotidiano, las singulares criaturas se levantan con una agilidad bárbara para atrapar y matar a los reptiles con sus poderosas patas.

Ese vicio inocente de mirarlas alimentarse fue lo que me llevó a terminar siendo lo que soy ahora. Nunca imaginé que el ser un luchador famoso traería aparejada esta monstruosidad.

Ray Manzanárez (28-2-2021)