domingo, 4 de abril de 2021

UNA Y OTRO (#RetoSoM40Semanas Semana 9)


 

La bautizaron con el nombre de Uma; originalmente iban a llamarla Ema, pero poco antes, que ella naciera, sus padres vieron la película "Henry and June" por lo cual decidieron ponerle el nombre de la actriz que interpretó a June Miller, la estilizada Uma Thurman.

Pero su hermana menor en cuanto empezó a hablar la llamó Una, palabra que se convirtió en su mote y ocultó el conocido nombre de la actriz bostoniana.

Resulta peculiar el hecho de que el segundo, y no tan conocido, nombre de esta actriz es Karuna. ¿No debería llamarse Ema Karina? En fin, ese no es nuestro tema.

Nació en el seno de una familia de clase media acomodada, o medio acomodaticia como se podría inferir de las profesiones de sus padres; su madre era contadora y su padre abogado; él se consideraba a sí mismo como un socrático porque era un excelente y taimado argumentador.

Una tenía la mente lúcida y era aplicada en sus estudios, siempre se regía por la razón; eso le daba dirección a su vida.

A él lo registraron como Otto; pero nunca falta el cábula que le tergiversa a uno el nombre; sin saber bien, aquel muchacho, cómo ocurrió, de repente, ya todos empezaron a llamarle Otro.

Nació en un barrio pobre, tenía siete hermanos, su padre tuvo una táquica muerte, sí, táquica; murió al intentar asaltar, pistola en mano, una taquería en compañía de un complice.

El taquero también estaba armado y disparó antes, el secuaz huyó en un “zas” y nadie volvió a saber de él más.

Otro a diferencia de su padre, que en su vida se guió por las emociones y los instintos, se guiaba por el corazón, eso era lo que le conducía en todo momento.

Una y Otro no se conocían, ni frecuentaban los mismos círculos, ni tenían intención alguna de conocerse, aunque vivían en la misma gran ciudad y tenían la misma edad, dieciocho años.

Una estudiaba su último año en una preparatoria fifí.

Otro trabajaba como mensajero y sólo había terminado la secundaria. Al morir su padre él acababa de ingresar a la prepa, tenía quince años y era el primogénito, así que tuvo que asumir el rol del hombre de la casa.

Entre él y su madre, que trabajaba en una tienda en que vendían materiales para artesanías, tuvieron que hacerse cargo de sostener a los otros seis huérfanos.

Una tomó un taller para aprender a realizar velas decorativas y aromáticas, la instructora proporcionaba los materiales; ella aprendió muy rápido, las piezas que había realizado fueron las mejores de la cmuestra que se exhibió al terminar el taller, en la misma exhibición le salieron compradores y recuperó más del doble de lo que había invertido en el taller.

Llevó a la prepa las piezas que le quedaban, un catálogo con fotografías de todas las piezas que había realizado, y de otras que no había hecho, pero que sabía que podría hacer, realmente tenía visión para los negocios.

Ahí, no solamente, le compraron sus compañeros, compañeras, maestras y maestros, sino que le hicieron bastantes encargos. Descubrió así que era un buen negocio para ella, agradable y lucrativo, una síntesis perfecta.

Aquel sábado fue por sus materiales a la Lagunilla, sabía que ahí encontraría buenos precios, y que no debía lucir llamativa para que los vendedores no se encajaran y no incitar a los amantes de lo ajeno, así que se puso la ropa más modesta y práctica que encontró; un pantalón de mezclilla, tenis, una playera negra estampada y una chamarra acolchada en color azul.

Le pidió a su hermana Tania, de dieciséis años, que la acompañara. – ¡Wey, no manches! ¡Quedé de ver a Tulio! – Contestó la hermana. – ¡Weeey! ¡Pues dile que nos acompañe! Ya después yo me regreso a la casa en un uber y ustedes se van por su lado. – La hermana finalmente aceptó y los tres fueron a realizar las compras.

Otro transitaba en su bicicleta por las calles del centro, acababa de salir de su trabajo, eran las dos veinte p. m.

Vio al trío llegando al mercado de la Lagunilla, desde la acera de enfrente, se distrajo al ver a Una que lo impactó, y casi se cae al pasar un bache, al tratar de recuperar la compostura casi atropella a un tipo fornido. – ¡Órale baboso fíjate! – Dijo el hombre. – ¡Disculpa fue un accidente! – Contestó el mensajero. Aquel hombre gruñó, agitó la cabeza y prosiguió su camino, mascullando insultos.

Una y sus acompañantes voltearon al oír el grito del hombre, todo había pasado muy rápido, Otro volvió la vista y su mirada se encontró con la de ella.

Se quedaron un instante contemplándose, hasta que Tania agitó su mano abierta frente a Uma. – ¡O sea wey! ¡Despierta! – Le dijo a su hermana. – ¿He? ¡Ah sí! – Contestó la abstraída joven. – ¡O sea no manches Una! ¡Qué obvia! No disimulaste ni tantito que el wey de la bicicleta te encantó. – Dijo Tania. – ¡No! ¿Cómo crees? – contestó Uma…

Otto seguía mirando embelesado a Uma. No alcanzaba a escuchar lo que decían entre el barullo de los compradores y los tianguistas.

En ese momento un joven de dieciséis años, como Tania y Tulio, llegó a toda prisa, también en bicicleta, y le arrebató el bolso a la joven artesana, acelerando más después de obtenerlo.

Otto, al ver la acción gritó. – ¡Deja ese bolso idiota! – El delincuente hizo caso omiso y siguió su rápida marcha. – ¡Agárrenlo que me robó! – Gritó Uma. – ¡Policía! ¡Auxilio! – Gritó Tania, y Tulio, dijo también. – ¡Agarren al ladrón! – Otro, emprendiendo la persecución, dijo. – ¡Yo lo recupero! ¡No se muevan de aquí! – El trío, asombrado, miró perderse a los dos ciclistas entre el tumulto de gente que circulaba por el centro. Ningún policía apareció.

Después de una persecución de cuatro calles el ladrón bajó de la bicicleta, justo a la entrada de la vecindad en que vivía Otro.

El joven mensajero se apeó también de su bicicleta y dio un par de bofetadas al muchacho. – ¿Qué te pasa estúpido? ¿Crees que trabajo todo el día y pago tus gastos de la escuela técnica, en vez de estudiar yo, para que seas un ratero? ¿No te basta con que hayan matado a nuestro padre por andar en esos pasos? – El hermano no pudo replicar nada. Otto tomó el bolso, y le dijo:

Si ya no quieres estudiar consigue un trabajo decente para que ayudes en los gastos.

Al rato hablamos, pero te advierto que si vuelvo a ver o a enterarme de que sigues robando te vas de la casa, para que no metas a toda la familia en problemas por tus estupideces, pero antes te daré una golpiza que te mandará al hospital imbécil.

Así que si planeas seguir por ese camino agarra tus cosas y lárgate de una vez, así te ahorrarás los golpes míos y ganarás el aparecer muerto cualquier día igual que papá.

El hermano se quedó en el piso, llorando, mientras Otro volvía al mercado a devolver el bolso.

Todavía más que las bofetadas, que nunca antes le había asestado su hermano mayor, lo que realmente le dolió, y le hizo reflexionar, fue que le pusieran el irrebatible mal ejemplo de su padre; pero la confrontación ocurrió a tiempo.

Desde entonces aquél muchacho, llamado Antonio, dejó de ser problemático, rehuyó a estar de ocioso en la calle con malas compañías; prefirió confinarse a estudiar y aplicarse en ayudar a su mamá en las labores del hogar, mientras terminaba su carrera técnica.

Pero ese no es el fin de esta historia; Otto devolvió el bolso a Uma; acompañó al grupo a realizar sus compras, consiguiendo, además un buen descuento en la tienda en que trabajaba su madre, que resultó el lugar ideal para que Una adquiriera la mayoría de los materiales necesarios para su labor.

Ese fue el inicio de una relación de trabajo fructífera para ambos y al mismo tiempo una relación amorosa muy satisfactoria.

Otro terminó convirtiéndose en socio y pareja de Una; él pudo continuar sus estudios, y graduarse en administración de empresas. Se casaron por las tres leyes: Por la iglesia, por el civil y por pe…rmanecer juntos.

A su empresa la bautizaron como “Una Y Otro, Productos Finos”. Otto pudo emplear ahí a sus hermanos y hermanas, algunos temporalmente y otros de manera permanente, según las necesidades propias de estos, y pudo garantizar una vejez tranquila a su madre.

Lo peculiar del asunto es que todos estos cambios se desencadenaron a consecuencia de un robo.

Ray Manzanárez (4/4/2021)

domingo, 28 de marzo de 2021

SUEÑO DE UNA NOCHE DE BORRACHERA (#RetoSoM40Semanas Semana 8)

 



En alguna de sus múltiples borracheras Ferdinando, tras de ser abandonado en la carretera debido a su necedad de ebrio, y por algún incidente del cual no tiene memoria, llegó a esa casa abandonada por un camino de terracería; la casa era grande y tenía incluso un ático; había un olor que parecía de lodo podrido; subió a la planta alta y quiso abrir la puerta del cielorraso que conducía a la buhardilla.

Apenas entreabrió la puerta cuando advirtió un olor realmente nauseabundo y volvió a atrancarla de inmediato.

Pasó la noche en aquella casa, se metió a una de las recámaras que se veía hacía mucho había dejado de usarse, había otras dos, y un cuarto de servicio, pero no quiso explorar más.

Sacó unas cobijas polvorientas de un cajón, las sacudió lo mejor que pudo y se instaló sobre la cama que también sacudió; estaba acostumbrado a quedarse en cualquier lugar tirado de borracho, así que las cobijas y la cama sucia no fueron impedimento para dormir.

Tuvo un sueño peculiar; en él despertaba en esa misma cama, pero todo estaba limpio, a su lado había una pelirroja, de unos treinta y cinco años, en el esplendor de su belleza, y con la misma edad que él en la vida real.

Él se levantaba y le daba un beso amoroso en la frente, la dejaba dormir y se metía al baño para asearse, ahí vio reflejada su imagen en el espejo, en el sueño era un hombre de sesenta años.

Arsenio era su nombre, era propietario de una prestigiosa joyería en el centro de la ciudad. Había enviudado joven y no tenía descendencia.

No hacía mucho que Gertrude, aquella bella alemana que dominaba a la perfección el español, era su mujer, había llegado a trabajar a la joyería tres meses atrás; en un mes lo enamoró y a los dos meses ya era su esposa.

Antes, de casarse con él, llegaba, siempre a la joyería, acompañada de su hermano Andreas, quien también hablaba un español perfecto; ambos hermanos se declaraban contra su nación, decían que Alemania era un lugar horrible, la gente muy fría y que el clima era igual, que no había nada como el clima de México y la calidez de su gente.

Hacían estas declaraciones sin vacilar, cada vez que alguien les preguntaba algo acerca de su país; debido a esto y a la blancura de su piel se ganaban la simpatía de cualquier mexicano, aunque de por sí la gran mayoría de los mexicanos somos malinchistas y afectos a cualquiera que tenga aspecto europeo.

Arsenio y Gertrude acababan de regresar de su luna de miel; un mes completo en la Riviera Maya. Era el primer día que Arsenio se presentaba en la joyería después de la boda; sin embargo seguía embelesado con su esposa y decidió dejar, una vez más, la tienda encargada al subgerente para regresar a la hora de la comida con su mujer.

No le avisó a ella para darle la sorpresa, incluso tomó un autobús, en vez de abordar su auto, y caminó el kilómetro de camino de terracería que separaba a la casa de la carretera; llegó a la entrada de la residencia, le extrañó no ver a nadie del servicio a la entrada, a quienes esperaba ver para pedirles que no advirtieran a la señora de su presencia y sorprenderla gratamente.

Se asomó al cuarto de servicio y no vio a nadie. Finalmente dejó el patio y entró a la sala de su casa, procurando no hacer ruido alguno, se asomó al comedor, a la cocina, a la biblioteca; todo estaba en perfecto orden, pero no podía encontrar a nadie, era como si todos los residentes en la casa hubieran sido abducidos.

Al subir la escalera hacia la planta alta empezó a escuchar unos ruidos peculiares y murmullos, la recamara más cercana a las escaleras era la de su cuñado, de ahí provenían los ruidos.

Primero pensó que su cuñado había seducido al ama de llaves y que estaba con ella, pero luego pudo identificar la voz de su cónyuge, quien hacía el amor, frenéticamente, con su supuesto hermano.

La vista se le nubló, sus piernas flaquearon, sus oídos zumbaron; estaba al borde del desmayo y de rodar por las escaleras, pero pudo asirse del barandal; se sentó al borde del pasillo, tomó una pastilla, de las que llevaba en el bolsillo interno de su saco, para controlar la presión.

Se quedó un largo rato sentado mientras escuchaba que los amantes comentaban, sin saber que él oía, el como lo habían engañado; se enteró de que no eran alemanes, sino oriundos de Jalisco, sus planes posteriores para matarlo a él y quedarse con todo su patrimonio.

Escuchó como descorchaban una botella de vino para celebrar lo bien que iban sus planes, para entonces ya la pastilla había hecho su efecto y devastado, pero con la presión normalizada, bajó silenciosamente las escaleras y salió de la casa.

A partir de ese momento inició los trámites para no dejar nada a su esposa; nunca volvió a compartir el lecho con ella; sacó el dinero de las cuentas de su banco, anuló su matrimonio y echó a ambos de su casa.

A pesar de que logró librarse de aquella estafa sus emociones y su ánimo quedaron profundamente afectados, comenzó a desconfiar de todo mundo, corrió a su servidumbre, vendió la joyería y se dedicó a beber.

Este abandono, de sí mismo, propició que aquel par de estafadores lo reencontraran. Lo vieron deambulando ebrio por una calle, ante lo cual decidieron seguirlo sin darse a notar; él llegó hasta su casa y al ver que estaba solo, sin protección alguna, entraron y lo torturaron, tratando de averiguar sí tenía todavía algún dinero para darles.

Ante lo vano de sus esfuerzos decidieron encerrarlo en el ático, atado y amordazado, y dejar que muriera ahí. Tomaron todo lo de valor que pudieron cargar en un par de maletas, más un par de botellas y se fueron bebiendo hasta la carretera en plena noche; llegaron a esta completamente ebrios y fueron atropellados por un tráiler.

Todo esto soñó Ferdinando, pero el sueño no terminó ahí, una vez que los amantes yacieron muertos en la carretera, Ferdinando se vio de nuevo en el ático frente al cadáver de Arsenio, que ya no era uno con él, éste abrió los ojos y luego la boca para pedirle a Ferdinando que le diera cristiana sepultura y decirle también los escondites en que su dinero estaba guardado.

Arsenio le recomendó también a Ferdinando que dejara de autodestruirse como él había hecho y que disfrutara su vida.

Ferdinando siguió las instrucciones de Arsenio y sus recomendaciones, así que lo enterró, se internó en una clínica para desintoxicarse, se reencontró con sus padres y hermanos y siguió su vida de la mejor forma posible; incluso ahora patrocina una clínica de rehabilitación para alcohólicos que lleva el nombre del difunto Arsenio.

Ray Manzanárez (Versión 09-06-2021)

domingo, 21 de marzo de 2021

SETECIENTAS VIDAS [Minificción] (#RetoSoM40Semanas Semana 7)

 

Todos los días tuvo cambios, unas veces para bien, otras para mal, pero la soberbia fue desapareciendo, poco a poco, muy poco a poco; en setecientas vidas, en el lapso de un año cósmico.

Su alma se perfeccionó, el espíritu logró su propósito, ya no fue necesaria una mezcla de cromosomas que le diera un cuerpo nuevo.

Ya nada le dolía, nada había que sobarse, todas las heridas habían desaparecido y no había en donde recibir más.

Lejos, muy lejos habían quedado los enemigos de todas sus vidas, no era ya necesario realizar operación alguna para garantizarse la permanencia.

Reposó mil años, ningún sonido le molestó, ninguna luz, ningún ser, nada.

Al despertar se dio cuenta de que podía crear lo que quisiera, era gobernador de sí mismo. Así que hizo su propio big bang, engendrando un nuevo universo; no tenía prisa: Ya era un Dios.

Ray Manzanárez (21-3-2021)


domingo, 14 de marzo de 2021

LOS HUACHICOLEROS Y EL ERMITAÑO (#RetoSoM40Semanas Semana 6)

 


Jeremías era huachicolero, como casi todos en esa pobre región; llenaba cubetas de gasolina y las vertía en tres tambos que guardaba celosamente dentro de su casucha de madera y lámina de cartón, para que nadie le robara lo que le había costado tanto esfuerzo recolectar.

Él, su esposa María y su hijo mayor, de seis años, llevaban la gasolina en cubetas a los tambos, desde un ducto agujerado, adonde iban por las noches, para no tener que formarse en el día, pues todos los vecinos iban en el día; sus otros dos niños, una de cuatro y uno de dos se quedaban en casa.

El niño  cargaba dos latas de un litro,  y hacía sólo un viaje  ya era bastante peso para su corta edad y tan larga distancia; sólo lo llevaban, porque el insistía en ayudar. Jeremías cargaba dos cubetas de veinte litros y María dos de diez; ellos hacían cinco viajes completos y uno más con las cubetas a la mitad. Muy temprano pasaba la pipa a comprarles lo que habían recolectado de gasolina.

Mantenían la ventana casi siempre abierta para que la casa se ventilara y no oliera tanto a gasolina, el ducto estaba como a kilómetro y medio de su casa; esta última ubicada en las afueras del pueblo y frente a la carretera; al otro lado de la misma vivía un anciano al que llamaban el ermitaño, porque nadie lo acompañaba.

Aquella noche, mientras los padres y el hijo mayor hacían su primer viaje por gasolina, la pequeña de cuatro años sintió hambre.

Diariamente había visto a su madre cocinar, así que pensó que ella también podría hacerlo. Subió a una silla para alcanzar la mesa en que estaban los huevos y la alacena en que estaban el aceite y la sartén.

En la sartén puso aceite y dos huevos y los llevó a la estufa, tuvo que dejar la sartén en el piso, mientras iba, por otra silla, para alcanzar, ahora, la parte de arriba de la estufa, finalmente logró subirla.

Recordó que su mamá la prendía con cerillos, así que regresó a la alacena, prendió uno y caminó hacia donde tenía la sartén, pero el cerillo se iba consumiendo en su mano, la quemó y lo soltó, el piso comenzó a arder en el acto.

La niña empezó a gritar. – ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Papa! ¡Hermano! – El bebé despertó y comenzó a llorar, pero la familia estaba muy lejos para oír.

Quiso la suerte que el llamado ermitaño recién bajado del autobús, que lo traía a casa de regreso del trabajo, oyera los gritos y alcanzara a ver la luz de las llamas en la casa.

Conocía los hábitos de los vecinos, así que sabía que los pequeños estaban solos; logró llegar a tiempo para sacar a los dos de la casucha y alejarse suficiente para que la explosión de los tambos no los alcanzara.

Pocos minutos después de la explosión llegó la familia corriendo. Agradecieron al hombre por su oportuna intervención; él les ofreció asilo en su casa mientras volvían a construir la suya.

Después de aquello decidieron no volver a traficar con el combustible, el anciano les enseñó a tallar el palo fierro para hacer figuras y cambiaron su giro de huachicoleros por el más honrado y más seguro de artesanos.

Ray Manzanárez (14-3-2021)

 

viernes, 5 de marzo de 2021

LA VENTANA VIAJERA (#RetoSoM40Semanas Semana 5)

 


Mientras Carlo le mostraba el castillo a Bianca iba relatándole la historia de como su familia se había hecho de tan singular construcción:

 “Mi hermana menor es Tamara, aunque claro, a ella ya la conoces; mi mamá es Rosalía y papá es Gonzalo, antes vivíamos en la capital. Nuestro abuelo materno se llamaba Iván y mi abuela Helena, ella falleció cuando yo tenía tres años, sólo sé cómo era por las fotos. No tengo recuerdos de ella.

Nuestro abuelo Iván era como una mezcla de Einstein y actor de comedia, en realidad era muy simpático y de toda la familia a los únicos a quienes veía seguido era a nosotros; cada dos viernes mi madre recibía dinero que él enviaba para que viniéramos a visitarlo, así que al día siguiente, el sábado salíamos de la capital muy temprano hacía acá.

La casa como ya notaste está en las afueras de la ciudad, y es muy peculiar, bueno, como puedes ver es un castillo medieval, que él hizo construir. Desde lejos se pierde a la vista entre la vegetación, pero estarás de acuerdo en que por dentro es muy cálido y confortable."

Bianca asintió.

"Llegábamos con el abuelo a comer, luego nos íbamos a caminar por estos caminos de ronda que comunican una almena con otra, y por los que transitamos ahora, como puedes ver están llenos de plantas con flores y hay algunas aves, como estas.”

Dijo Carlo mostrándole unos bellos papagayos que comían semillas de girasol de un comedero, y siguió narrando

“Cuando se nos bajaba la comida íbamos a nadar al foso, que puedes mirar desde aquí. En realidad es una alberca; no creas que hay cocodrilos o algo peligroso, a veces íbamos al patio a jugar todos, incluyendo a mis padres y al abuelo.

Por las noches cenábamos y jugábamos algún juego de mesa. Después nos íbamos a dormir mi hermana y yo en la recámara que nos asignaba el abuelo y él nos contaba alguna historia maravillosa en la que él era protagonista, o a veces un testigo privilegiado.

Como yo ya estaba creciendo, y nunca había visto las cosas que mencionaba, empezaba a creer que se las inventaba, pero no me importaba, porque en realidad las disfrutábamos bastante.

De hecho desde los diez años ponía en duda cuando decía que la ventana de su cuarto se abría cada noche hacía un lugar diferente y que si él la atravesara diariamente desembocaría en una aventura diferente cada noche.

Decía que no nos podía llevar porque era muy peligroso y que todavía éramos muy pequeños para exponernos. Yo decía – Ajá, si claro. – Y mi hermana, que en todo quiere ser como yo, repetía. – Ajá, si claro. – Los domingos desayunábamos y comíamos con él y después regresábamos a la capital.

Los últimos dos fines de semana, que pasamos con él, estuvo decaído, ya no participó en nuestros juegos, nos miraba sonriente sentado en una mecedora que le sacaban al patio. Eso sí, no dejó de contarnos la historia acostumbrada.

Pero también me dijo a mí que muy pronto su cuarto sería mío, que me dejaría unas cosas en una mochila, muy importantes para que me cuidara y las llevara la noche que decidiera salir por la ventana del cuarto a disfrutar de una aventura.

El miércoles siguiente a la salida de la escuela, papá pasó por nosotros, pero en lugar de ir a nuestra casa vinimos al castillo del abuelo, mamá ya estaba aquí. Esa noche lo velamos, pues su ama de llaves lo había encontrado muerto por la mañana en su cuarto.

Dicen que murió tranquilo, supe, después, que antes de acostarse le dijo al ama de llaves que ya no se levantaría por la mañana, que le llamara temprano a mi mamá y que le entregara una carta que él le dejó.

Había muchos parientes a los que no veía seguido, algunas amistades del abuelo que sí había llegado a conocer, pero también había gente que yo no conocía.

Yo ya no era tan pequeño, un mes antes había cumplido los doce años, pero sí tenía costumbre de dormir temprano, así que alrededor de las doce, cuando mi mamá vio que me caía de sueño me envío a dormir, sólo que en lugar de mandarme a la habitación de siempre me mandó a la del abuelo. Sí me dio un poco de cuscús.

Claro que no le iba a decir a mi mamá. Así que entré, pero, ya adentro, me sentí muy tranquilo hay fotos de todos nosotros; de mis bisabuelos, de mi abuelo y mi abuela. También están el librero, el clóset, la cama que es muy cómoda, y los dos burós junto a esta. Sobre el buró del lado derecho de la  estaba la mochila de la que me habló mi abuelo.

Abrí el bolsillo de enfrente, había una carta para mí, En el sobre tenía mi nombre, decía: Para Carlo. De su abuelo Iván. No te voy a contar todo lo que decía para no aburrirte, pero en síntesis me hablaba de que en la mochila encontraría todo lo que necesitaba para estar a salvo en cuanto me decidiera a salir por la ventana mágica.

Se me había quitado el sueño, así que, medio jugando, me coloqué la mochila, recorrí la cortina de la ventana y luego jalé hacía mí las hojas de madera que cierran la gruesa ventana; al otro lado estaba demasiado oscuro, pero me pareció ver ramas de árbol.

Metí la mano en la mochila y saqué una lámpara sorda; en efecto tras la ventana se veía una tupida trama de ramas secas, parecían formar un piso que se extendía desde el ras de la ventana, atravesé la ventana, palpando con cautela la trama de gruesas ramas que resultó ser bastante sólida.

Salí al otro lado, miré hacia la ventana que había cruzado, sólo se veía un hueco cuadrado en el sitio por el que había salido y se veía que había una luz que venía de él; era la luz de la habitación.

Comencé a explorar el lugar, lámpara en mano, piso y pared estaban hechos con esa impresionante trama de ramas gruesas, pero no había esquinas, era una construcción hecha en redondo; se veían también restos de grandes hojas secas.

Mi mirada topó con un objeto que parecía una gran roca muy lisa, como las piedras de río, pero con algunas grietas; era de color hueso con grandes manchas color café, otra roca estaba a un lado, parecía haber un camino entre ellas, pero descubrí que tras de ellas había otra gran roca.

El ambiente era húmedo y muy caliente, alumbré hacia arriba; el techo tenía una consistencia muy peculiar, me pareció que se movía, como si estuviera respirando.

De pronto una de las piedras comenzó a fracturarse, el techo se elevó y pude ver que era un pájaro gigante, me escondí detrás de una de las piedras que aún no se fracturaba.

Entonces comprendí que estaba en un enorme nido y en un mundo de gigantes, aquellas piedras eran huevos; en aquel mundo era de día, perdí de vista la ventana, ya que ahora la claridad de la luz solar hacía imposible ver la luz del cuarto.

Ya no necesitaba la lámpara de mano, así que la devolví a la mochila, rogando al cielo que la gran ave no me descubriera.

La madre de los huevos salió volando, pero entonces el huevo tras el que me había escondido se empezó a fracturar también, corrí hacia el tercer huevo a tiempo para evitar que me cayera un pedazo de cascarón, vi entonces salir el pico del primer descomunal polluelo.

Comencé a tantear la orilla del nido con el pie, buscando la ventana, mientras el enorme crío terminaba de romper el cascarón. Salió entonces su cabeza completa, llovían pedazos de cascarón, no sabía si los polluelos podrían verme o no, no tengo idea de si nacen con vista, pero los pedazos de cascarón salían volando y la cabeza del polluelo era enorme, yo cabría completo en su pico.

Terminó de romper el cascarón y lo vi venir hacía mí tambaleante, pensé que me caería encima, pero el otro huevo rodó y le obstruyó el paso, entonces por fortuna encontré la ventana con mi pie. Y me deslicé por ella, apenas esquivando el huevo que rodaba ahora en dirección a mí; atravesé la ventana y me puse a salvo.

Cerré la ventana y la cortina, estaba cansado y agitado, pero había descubierto que las cosas que contaba el abuelo no eran fantasías, sino realidades increíbles.

Terminé la primaria, y nos mudamos para acá, donde tú y yo nos hemos conocido este año en la secundaria. Cada viernes por la noche, como hoy, cruzo esa ventana y tengo aventuras extraordinarias. Así que desde que estoy aquí me ejercito de forma constante, porque las aventuras demandan una buena condición física.

Por eso estoy en forma y pude alcanzar y meterle al pie a ese ladrón haciendo que cayera  y soltara tu mochila que había robado. Que bueno que salió corriendo, porque le hubiera dado una buena golpiza.”

Carlo y Bianca, la compañera de Carlo, de trece años como él, habían llegado hasta la puerta de la mencionada recámara; ella lo miró sonriendo y le dijo. – Que chorero eres Carlo. Pero no es necesario que me cuentes esa historia para llevarme a tu cuarto y besarme, no soy una niña de cinco años. Vamos. – Y entraron.

Tamara de once años y su compañera Abigail, hermana de Bianca, quien se había quedado también con el permiso de sus padres a pasar la noche en el castillo miraban escondidas la escena. Apenas sus hermanos cerraron la puerta estallaron en risitas.

Una vez que se calmaron Tamara le dijo a Abigail.

– Lo de los cuentos del abuelo, que murió el año pasado y que heredamos el castillo, es cierto ¿He? Lo de la ventana y los pájaros gigantes yo creo que sí es un choro de mi hermano. Sí recuerdo que el abuelo decía eso de la ventana, pero bueno, ya tengo once años, no puedo seguir creyendo que esos cuentos son historias reales. Lo que sí me queda claro es que Carlo heredó su talento como narrador.

Las chicas, ante el impedimento de la puerta cerrada, dejaron de espiar a los hermanos mayores y se fueron al cuarto de Tamara a tomar chocolate y mirar una película.

Ray Manzanárez (06-03-2021)


domingo, 28 de febrero de 2021

ÓNIX (#RetoSoM40Semanas - semana 4)

 




Mientras me trasladaban de la habitación a la sala de operaciones me mentalizaba, ya sabía que nuestros cirujanos hacen maravillas y que no podía pasar nada malo, bueno más bien creía que no pasaría nada malo.

En efecto, el trabajo que hacen ellos es excelente, pero lo que han hecho conmigo es deleznable.

Cuando llegué a la sala de operaciones me extrañó, el alcanzar a ver que había alguien más en una plancha ¿Dos operaciones al mismo tiempo en la misma sala? Era algo que yo no imaginaba; no había crisis de espacio ni de recursos; eso era algo que solo ocurría en la tierra, por eso nuestros abuelos prefirieron mudarse aquí.

Todavía más sorprendente resultó el hecho de que levanté un poco la cabeza y al girar la vista, hacia la otra plancha de operaciones, vi a Tobías, mi enemigo, quien a su vez me miraba con asombro en una posición similar a la mía.

Quise preguntar qué era lo que pasaba, pero en ese momento me pusieron una mascarilla para que inhalara la anestesia y ya no pude objetar nada.

Horas después de la operación desperté en el cuarto del hospital, mi madre estaba frente a mí, me miraba con una cara entre el terror y la lástima; era una mirada demasiado inquietante, cerré los ojos y quise darme vuelta hacia el lado opuesto, pero esto fue imposible.

Me atreví a preguntar al fin. – ¿Qué ocurre mamá? ¿Por qué me miras así? – Ella contestó. – La verdad Pekka, nunca pensé que ésta sería la mejora que te harían, nunca había conocido a nadie que fuera como tú eres ahora hijo.

Sentí una gran ansiedad en mi pecho y no tenía idea de que estaba hablando. Entonces escuché la voz de Tobías, casi en mi cráneo. – Pekka, tú y yo ahora somos un solo ser…

Me ha costado mucho superar el shock, resulta que yo firmé aceptando esto y Tobías también lo hizo, pero ninguno de los dos se ocupó de leer lo que nos iban a hacer.

Ahora él y yo somos uno solo, pero con dos cabezas, cuatro piernas y cuatro brazos; tenemos una columna cibernética común con gran movilidad, se bifurca hacia bajo conectándose con nuestras dos pelvis que son independientes, y hace lo mismo hacia arriba donde se bifurca hacia nuestros cuellos.

Nuestras extremidades están reforzadas con flexibles armaduras subcutáneas que se adaptan al trabajo de nuestros músculos.

Somos la sensación en el espectáculo de la lucha libre; a pesar de nuestra monstruosidad no nos faltan mujeres, pero nunca podremos volver a vivir una vida normal.

Además partieron la piedra que había en mi bolsillo cuando ingresé al hospital; incrustaron la mitad en su frente y la otra mitad en la mía y así nos llaman, como esa piedra: Ónix.

Es irónico porque esa piedra que lucimos ahora es la misma que ocasionó que llegáramos a este estado.

El problema empezó una tarde en que veía a singulares aves destrozar a serpientes; solía coincidir ahí con Tobías; la granja se encontraba entre las parcelas que él supervisaba y las que supervisaba yo y era el camino natural que debíamos tomar los dos para regresar a nuestros apartamentos.

Aquel día ocurrió algo excepcional cuando una de las aves tomó una culebra magenta entre sus patas y la azotó contra una roca, para romper su cráneo, una pulida y brillante piedra negra salió volando de su hocico hacia donde estábamos nosotros, saltando el muro de vidrio que nos separaba de ellas; cayó enfrente, y ambos quisimos tomarla, nuestras cabezas chocaron.

Desde donde quedamos tirados, ambos, estiramos una mano para tomarla, nuestras manos chocaron como antes nuestras cabezas, impulsé mi cuerpo sobre mi codo con la intención de cubrir la piedra, pero entonces Tobías me dio un fuerte rodillazo.

Tuve que echarme hacia atrás, vi como él tomaba la piedra, pero sobreponiéndome al dolor en mi costado me arrojé sobre él y di un potente puñetazo en su mandíbula que lo hizo soltar la piedra.

Quedamos los dos de pie, frente a frente, tomamos aire y posponiendo el tomar la piedra continuamos la pelea.

Estábamos en igualdad de condiciones, misma edad, complexión similar y ninguno de los dos había hecho aún mejoras cibernéticas a su cuerpo, alcancé a ver de reojo como las aves dentro de su jaula, pegadas al vidrio nos miraban ahora a nosotros, sin dejar de engullir sus ofidios.

Pasaron de ser el espectáculo a ser espectadoras. La situación era un tanto ridícula. Se escuchó una autoritaria voz. – ¡Paren su riña! – él volteó a mirar de donde venía la voz y yo aproveché para saltar sobre la piedra, ya sabía que era la guardia modular la que nos reprendía.

Cogí la piedra y la alcancé a esconder entre mi ropa antes de ser esposado. Las peleas estaban completamente prohibidas, a no ser las que se realizaban por espectáculo y que controlaba el estado, obteniendo sustanciosas ganancias.

Yo estaba convencido de que nos pondrían una multa y nos dejarían ir en un par horas. Pero estaba muy equivocado.

Me pasaron con el juez cívico; dijo que seríamos condenados a un año de cárcel por daños en propiedad pública.

Era absurdo lo que decía, así que le pedí que se explicara, el mostró en un monitor la pared de vidrio de aquella jaula junto a la que habíamos estado golpeándonos mi estúpido colega y yo; estaba estrellada, sin embargo yo recordaba perfectamente que no la habíamos tocado e incluso que las criaturas presas en la jaula nos estaban contemplando como si fuésemos animales en exhibición.

El juez me dijo que el daño estaba hecho que no tenía caso negarlo y que los guardias eran testigos. Me sentí completamente abatido; sabía que todo eso era una mentira, pero un joven de veintiún años que no quiso estudiar la universidad, no tenía oportunidad alguna de rebatir lo que afirmaba un juez que presentaba evidencias y que tenía como testigos a guardias.

Me quedé sin palabras, mirando hacia el suelo, sintiendo que mi mundo se había acabado.

Palpé en mi bolsillo aquella piedra negra y las lágrimas brotaron de mis ojos, había sido una pelea muy estúpida, pensé en mis padres, en mi hermana, en mi novia en todo lo que estaba a punto de perder y mi pecho se estremecía con los sollozos.

El juez tocó mi hombro, me dijo. – Tranquilo, tenemos una oportunidad para que no tengas que pagar tu año de cárcel, es algo excepcional, se requiere un joven como tú, que ya haya dejado de crecer, pero que aún no se haya hecho mejoras; tu cuerpo es fuerte y estético, haremos de ti un luchador excepcional, el estado pagará tu operación, tu entrenamiento y sabes muy bien lo que gana un luchador profesional.

No podía creer lo que estaba oyendo, no sólo no iría a la cárcel sino que tendría un trabajo muy bien pagado; además, ser luchador era algo que yo secretamente anhelaba. Acepté y firmé los papeles de inmediato; sin leer nada, ese fue mi error, debí haber leído antes lo que estaba autorizando que hicieran conmigo.

Pero se preguntarán quien era yo antes de este incidente.

Nací aquí en la estación orbital de Ceres, en el módulo cuatro. Actualmente, en el año 72 ya son 10 módulos. Me llamo Pekka en honor al hombre que teorizó la estación en la que vivimos ahora.

Sí, me llamo como el 5% de los hombres que vivimos aquí. ¡Habiendo tantos nombres! Debieron ponerme un nombre diferente; José o Juan, casi nadie se llama así. Bueno, a final de cuentas ya no importa, ya nadie me llama así.

Vivo en un hábitat cilíndrico que tiene diez kilómetros de extensión, un kilómetro de radio y que efectúa una rotación completa cada 66 segundos con lo cual se genera una gravedad idéntica a la de la tierra, el lugar en que nacieron nuestros abuelos. Nací en el año 2150 dc, según la cuenta terrestre, y en el año 50 de la estación P. J. Ceres.

Gracias a que en las ciudades tenemos iluminación artificial, los días y noches son similares a los de la tierra.

Hasta hace poco la normalidad para mí era disfrutar de la comodidad de vivir en la casa paterna, de los muchos pasatiempos que ofrece la ciudad para los jóvenes de mi edad, y en mi turno laboral estar en el campo, supervisando las labores que realizan las máquinas para proveernos de los frutos que brinda el lecho de suelo de metro y medio de profundidad.

Toda ella extraída del planeta Ceres, que está ubicado en el cinturón de Asteroides de nuestro sistema solar, de donde extraemos también el agua, manteniendo en esos sentidos autonomía con respecto al planeta Tierra.

Mientras trabajaba me ejercitaba y entrenaba lucha yo solo, pues el trabajo no era tan demandante.

Todo en mi mundo se conectaba perfectamente, y en una granja cercana a mi lugar de trabajo los científicos se ocupaban de buscar mejoras a las especies animales de las que nos alimentamos.

Me gustaba asomarme todos los días por ahí para ver a las enormes gallinatruces que pesan un promedio de 30 kilogramos y alcanzan una altura de alrededor de 1 metro; toda una maravilla de la ingeniería genética que nuestros abuelos nunca hubieran imaginado.

Pasan la mayor parte del tiempo echadas, como mansas gallinas normales, pero apenas les arrojan las culebras que constituyen su alimento cotidiano, las singulares criaturas se levantan con una agilidad bárbara para atrapar y matar a los reptiles con sus poderosas patas.

Ese vicio inocente de mirarlas alimentarse fue lo que me llevó a terminar siendo lo que soy ahora. Nunca imaginé que el ser un luchador famoso traería aparejada esta monstruosidad.

Ray Manzanárez (28-2-2021)

domingo, 21 de febrero de 2021

EL ABANDONADO (#RetoSoM40Semanas - semana 3)

 


Finalmente me salvé gracias a que calqué sólo los buenos hábitos alimenticios de aquel hombre, ahora todos los días tomo mi té de Jamaica en ayunas y también después de cada comida. Habitualmente en el desayuno como al menos un plátano. Eso ha regularizado mi presión, por supuesto, también ayuda el trabajo físico que ahora realizo, a diferencia del sedentarismo que antes me caracterizaba. También he disminuido notablemente mi consumo de sal, las frituras me están proscritas.

Ahora tengo una bella familia, mi mujer es extraordinariamente hermosa y dulce, y aunque el niño no es mío se ha acostumbrado muy rápido a llamarme papá y a tratarme con ese cariño. He sido bendecido y ellos se sienten bendecidos conmigo. ¿Qué más podría pedir?

Pero no siempre fue así, hace apenas dos años mi vida era muy diferente, realizaba un trabajo de oficina tedioso, diariamente debía capturar y corregir una enmarañada montaña de documentos que nada tenían que ver conmigo, era un trabajo en el que no tenía satisfacción alguna, cuando terminaba un bloque de trabajo ya tenía otro esperándome.

Los días se sucedían sin que yo tuviera otros deseos más que el comer desenfrenadamente, beber todas las noches y disfrutar mi día descanso. También fumaba bastante.

Llegué a pesar cien kilogramos, mucho para mi metro con sesenta y ocho de estatura y a enfermar de la presión. Pero el alcohol y la comida no eran realmente un placer sino más bien una fuga.

Todo este declive en el que vivía comenzó con el engaño de mi mujer, yo dejé los estudios por ella, quería ser comunicólogo, ella se embarazó y dijo que era de mí; cuatro años después la encontré con aquel hombre, yo estaba en forma en aquél entonces, aunque el tipo era más alto le di una golpiza, pero ella se interpuso.

Me dijo que él era el papá del niño y que lo dejara en paz, pues era el amor de su vida, que lamentaba haberme engañado. Así ella y el que creía mi hijo se fueron con él.

Por ellos eran todos mis esfuerzos, por ella me había peleado con mis padres, por ellos tomé aquel trabajo de oficina. Cuando ellos se fueron mi vida perdió todo sentido.

El tipo era un político y le estaba yendo bien, por eso regresó por Samantha y por el pequeño Elías, no para convertirla en su esposa, que él ya tenía, sino para volverla su segundo frente.

Para ella eso bastaba y yo no podía vivir con eso, así hice mis costumbres el beber todos los días y comer cual si no tuviera fondo. Cinco años pasaron así.

El médico me dijo que si quería recuperar la salud, debía abandonar por completo la vida que llevaba, incluso mudarme de la Ciudad de México hacia un clima tropical; que estaba en riesgo de sufrir un infarto y no sé cuántas cosas más. Sólo tenía veintisiete años, pero tenía la condición física de un anciano.

Para completar aquél terrible cuadro me tocó ver como mi enemigo, el hombre al que debía mis desgracias se incorporaba al partido en cuyas oficinas yo trabajaba. Cada vez que lo veía me invadían deseos asesinos; durante tres meses, desde que él llegó, me imaginaba matándolo, cada vez que lo veía.

La consecuencia de esa obsesión hizo que empezara a descuidar mi trabajo, él fingía no reconocerme, no sería tan  extraño dado que cambié mucho físicamente en esos cinco años, pero más de una vez noté que se estremecía cuando me descubría mirándolo; seguro que el odio en mi mirada le hizo reconocerme aunque no me hubiera reconocido en un principio.

Su documentación la llevaba su secretario particular y no teníamos ninguna necesidad de tratarnos directamente.

El tipo, llamado Enrique, estaba en pre campaña para senaduría, y como se veía el asunto tenía el apoyo de la mayoría de las personas importantes del partido. Al día siguiente de que se anunció que, en efecto él contendería por el partido para la senaduría decidí renunciar, porque no iba yo a contribuir a su campaña en modo alguno.

Ese día del anuncio lo vi llegar con su legítima esposa y sus dos legítimos hijos, la mayor tenía trece años y el menor once y eran muy blancos como su esposa. También a ellos me imaginé matándolos y a él sufriendo por sus hijos muertos.

Mientras servían el banquete realizado por la designación de los candidatos, lo vi a él disculpándose con su esposa porque se ausentaría, lo seguí. Pude ver como se reunía con Samantha a unas cuadras de ahí y con el que yo alguna vez pensé que era mi hijo, ya tenía ocho años; noté como se parecía físicamente a su padre.

Tenía ganas de abrazar al niño y de matar a sus dos padres, me quedé en un rincón en el que no podía ser visto y estaba suficientemente lejos. Me acometió un acceso incontrolable de llanto, que duró varios minutos. Cuando mis ojos se secaron fue que decidí presentar mi renuncia al día siguiente, y así lo hice, llevé mi carta de renuncia a mi jefe apenas empezando el turno.

Para aquel entonces ya vivía, otra vez, con mis padres, aunque realmente no convivía con ellos. Le pedí a mamá el teléfono del tío Jacinto, su hermano, que vivía en la costa de Guerrero; me comuniqué con él y le platiqué sobre mi situación médica, le dije que por esa misma razón había decidido dejar el trabajo.

Le pedí que me permitiera pasar una temporada con él y su familia y me ofrecí a ayudarle en su ranchito. El tío me dijo que estaba muy bien, que siempre hacían falta manos, que comida y techo no me faltarían y seguro unos centavos para mis gastos.

Mi madre escuchó todo lo que platiqué con el tío y se alegró de ver que mi vida tomaba un rumbo diferente al de la autodestrucción que la había caracterizado los últimos años. Me abrazó, lloró conmigo y me llenó de bendiciones, mi padre se nos unió sin saber bien que estaba pasando, hasta que mi madre me pidió que se lo contara.

Él también se alegró por mí y me pidió que no dejara de mantenerme en contacto. Así fue como empezó una nueva etapa en mi vida.

Llegué al ranchito de mi tío, al principio no aguantaba nada, tan desacostumbrado como estaba a la actividad física, pero poco a poco fui agarrando condición. En un año yo ya estaba casi tan fuerte como antes de empezar a autodestruirme, aunque de repente me volvía a subir la presión, sin embargo ya era un ranchero bastante funcional.

De vez en cuando íbamos al terreno de mi primo, que estaba acondicionando porque pronto se casaría, para ese momento la casa ya estaba terminada. Él se llama igual que mi tío y es su primogénito, pero como acá en el campo las costumbres son muy arraigadas, mientras a mi tío le dicen Chinto a él todo el mundo le dice Chintito.

Por aquel entonces vino un médico que andaba de casa por una campaña de salud, andaba con una enfermera, pero esta tuvo un accidente y la mandaron a descansar por unos días, así que una joven de la región tomo el lugar de ésta y con ella llegó a la casa de mi primo uno de esos días en que todos andábamos por allá.

La muchacha tendría unos veinte años, yo me quedé impactado por su belleza, ella notó como la miraba y se sonrojaba, así que traté de no ser tan obvio, pero creo que no lo conseguí, porque cuando me iba a tomar la presión se le cayó el baumanómetro y apenas alcancé yo a agarrarlo, como ella también quiso a hacerlo nuestras caras quedaron muy cerca, casi para el beso.

Mi presión estaba un poco alta, le platiqué al doctor mi condición y él le pidió a la muchacha que anotara las recomendaciones que él daba para mejorar mis problemas de salud, entonces ella dijo. – Así mijmito come mi marido. Nomáj que el sí bebe retiharto.

Al saber que era casada la decepción se reflejó en mi rostro, ella me miró como disculpándose y volvió a sonrojarse.

Esa noche me quedé en la casa de mi primo, pues estaba muy cansado; los demás regresaron al rancho del tío Chinto.

Al día siguiente muy temprano nos fuimos a desayunar al mercado del pueblo. Ahí nos encontramos a la improvisada ayudante del doctor, pero tenía la boca hinchada y un ojo morado. – ¿Qué le pasó señito? – Le pregunté, acercándome a ella con el corazón acelerado.

En seguida oí un fuerte grito varonil. – Ají te quería encontrar jija de la chingada. ¿Ají que con ejte cabrón me anda poniendo lo cuerno? – El hombre, de unos cuarenta y cinco años, estaba a unos diez metros, sacó su machete de la funda y se abalanzó sobre mí, mientras ella gritaba. – ¡No Juan! ¡Ejtáj equivocado! –

Chintito sacó su machete y lo puso en mi mano, me hice a un lado y alcancé a detener el golpe del marido ofendido, tanto él como yo con la fuerza del choque nos fuimos hacia atrás, yo pegué contra un árbol y me desmayé, pero la cabeza de él fue a dar contra una piedra; ya no se levantó, murió instantáneamente.

Fuimos a dar a la alcaldía, todos testificaron que sólo me había defendido y salí sin cargos. Resultó que el marido era de otra costa, veracruzano y no se le conocían parientes, por lo cual no tuve que temer la venganza de la familia, lo cual acá es muy común.

La mujer enterró a su marido y una semana después me fue a buscar al rancho del tío Chinto, llevaba a su hijo de tres años, me preguntó que si me iba a juntar con ella o si la iba a dejar sola. Yo le dije que me gustaba muchísimo y que si a ella le agradaba la idea yo estaría muy feliz de tenerla por mujer.

Con lo que ahorré trabajando con el tío, conseguí un terrenito que he estado acondicionando estos últimos meses, por azares del destino adquirí esta familia y la verdad es que ahora estoy sano y soy muy feliz.

Ray Manzanárez (21-02-2021)