Mientras me trasladaban de la
habitación a la sala de operaciones me mentalizaba, ya sabía que nuestros
cirujanos hacen maravillas y que no podía pasar nada malo, bueno más bien creía
que no pasaría nada malo.
En efecto, el trabajo que
hacen ellos es excelente, pero lo que han hecho conmigo es deleznable.
Cuando llegué a la sala de
operaciones me extrañó, el alcanzar a ver que había alguien más en una plancha
¿Dos operaciones al mismo tiempo en la misma sala? Era algo que yo no
imaginaba; no había crisis de espacio ni de recursos; eso era algo que solo
ocurría en la tierra, por eso nuestros abuelos prefirieron mudarse aquí.
Todavía más sorprendente
resultó el hecho de que levanté un poco la cabeza y al girar la vista, hacia la
otra plancha de operaciones, vi a Tobías, mi enemigo, quien a su vez me miraba
con asombro en una posición similar a la mía.
Quise preguntar qué era lo que
pasaba, pero en ese momento me pusieron una mascarilla para que inhalara la
anestesia y ya no pude objetar nada.
Horas después de la operación
desperté en el cuarto del hospital, mi madre estaba frente a mí, me miraba con
una cara entre el terror y la lástima; era una mirada demasiado inquietante,
cerré los ojos y quise darme vuelta hacia el lado opuesto, pero esto fue
imposible.
Me atreví a preguntar al fin.
– ¿Qué ocurre mamá? ¿Por qué me miras así? – Ella contestó. – La verdad Pekka,
nunca pensé que ésta sería la mejora que te harían, nunca había conocido a
nadie que fuera como tú eres ahora hijo.
Sentí una gran ansiedad en mi pecho
y no tenía idea de que estaba hablando. Entonces escuché la voz de Tobías, casi
en mi cráneo. – Pekka, tú y yo ahora somos un solo ser…
Me ha costado mucho superar el
shock, resulta que yo firmé aceptando esto y Tobías también lo hizo, pero
ninguno de los dos se ocupó de leer lo que nos iban a hacer.
Ahora él y yo somos uno solo,
pero con dos cabezas, cuatro piernas y cuatro brazos; tenemos una columna
cibernética común con gran movilidad, se bifurca hacia bajo conectándose con
nuestras dos pelvis que son independientes, y hace lo mismo hacia arriba donde
se bifurca hacia nuestros cuellos.
Nuestras extremidades están
reforzadas con flexibles armaduras subcutáneas que se adaptan al trabajo de
nuestros músculos.
Somos la sensación en el
espectáculo de la lucha libre; a pesar de nuestra monstruosidad no nos faltan
mujeres, pero nunca podremos volver a vivir una vida normal.
Además partieron la piedra que
había en mi bolsillo cuando ingresé al hospital; incrustaron la mitad en su
frente y la otra mitad en la mía y así nos llaman, como esa piedra: Ónix.
Es irónico porque esa piedra
que lucimos ahora es la misma que ocasionó que llegáramos a este estado.
El problema empezó una tarde
en que veía a singulares aves destrozar a serpientes; solía coincidir ahí con Tobías;
la granja se encontraba entre las parcelas que él supervisaba y las que
supervisaba yo y era el camino natural que debíamos tomar los dos para regresar
a nuestros apartamentos.
Aquel día ocurrió algo excepcional
cuando una de las aves tomó una culebra magenta entre sus patas y la azotó
contra una roca, para romper su cráneo, una pulida y brillante piedra negra
salió volando de su hocico hacia donde estábamos nosotros, saltando el muro de
vidrio que nos separaba de ellas; cayó enfrente, y ambos quisimos tomarla,
nuestras cabezas chocaron.
Desde donde quedamos tirados,
ambos, estiramos una mano para tomarla, nuestras manos chocaron como antes
nuestras cabezas, impulsé mi cuerpo sobre mi codo con la intención de cubrir la
piedra, pero entonces Tobías me dio un fuerte rodillazo.
Tuve que echarme hacia atrás,
vi como él tomaba la piedra, pero sobreponiéndome al dolor en mi costado me
arrojé sobre él y di un potente puñetazo en su mandíbula que lo hizo soltar la
piedra.
Quedamos los dos de pie, frente
a frente, tomamos aire y posponiendo el tomar la piedra continuamos la pelea.
Estábamos en igualdad de
condiciones, misma edad, complexión similar y ninguno de los dos había hecho
aún mejoras cibernéticas a su cuerpo, alcancé a ver de reojo como las aves
dentro de su jaula, pegadas al vidrio nos miraban ahora a nosotros, sin dejar
de engullir sus ofidios.
Pasaron de ser el espectáculo
a ser espectadoras. La situación era un tanto ridícula. Se escuchó una autoritaria
voz. – ¡Paren su riña! – él volteó a mirar de donde venía la voz y yo aproveché
para saltar sobre la piedra, ya sabía que era la guardia modular la que nos
reprendía.
Cogí la piedra y la alcancé a
esconder entre mi ropa antes de ser esposado. Las peleas estaban completamente
prohibidas, a no ser las que se realizaban por espectáculo y que controlaba el
estado, obteniendo sustanciosas ganancias.
Yo estaba convencido de que
nos pondrían una multa y nos dejarían ir en un par horas. Pero estaba muy
equivocado.
Me pasaron con el juez cívico;
dijo que seríamos condenados a un año de cárcel por daños en propiedad pública.
Era absurdo lo que decía, así
que le pedí que se explicara, el mostró en un monitor la pared de vidrio de
aquella jaula junto a la que habíamos estado golpeándonos mi estúpido colega y
yo; estaba estrellada, sin embargo yo recordaba perfectamente que no la
habíamos tocado e incluso que las criaturas presas en la jaula nos estaban
contemplando como si fuésemos animales en exhibición.
El juez me dijo que el daño
estaba hecho que no tenía caso negarlo y que los guardias eran testigos. Me
sentí completamente abatido; sabía que todo eso era una mentira, pero un joven
de veintiún años que no quiso estudiar la universidad, no tenía oportunidad
alguna de rebatir lo que afirmaba un juez que presentaba evidencias y que tenía
como testigos a guardias.
Me quedé sin palabras, mirando
hacia el suelo, sintiendo que mi mundo se había acabado.
Palpé en mi bolsillo aquella
piedra negra y las lágrimas brotaron de mis ojos, había sido una pelea muy
estúpida, pensé en mis padres, en mi hermana, en mi novia en todo lo que estaba
a punto de perder y mi pecho se estremecía con los sollozos.
El juez tocó mi hombro, me
dijo. – Tranquilo, tenemos una oportunidad para que no tengas que pagar tu año
de cárcel, es algo excepcional, se requiere un joven como tú, que ya haya
dejado de crecer, pero que aún no se haya hecho mejoras; tu cuerpo es fuerte y
estético, haremos de ti un luchador excepcional, el estado pagará tu operación,
tu entrenamiento y sabes muy bien lo que gana un luchador profesional.
No podía creer lo que estaba
oyendo, no sólo no iría a la cárcel sino que tendría un trabajo muy bien pagado;
además, ser luchador era algo que yo secretamente anhelaba. Acepté y firmé los
papeles de inmediato; sin leer nada, ese fue mi error, debí haber leído antes
lo que estaba autorizando que hicieran conmigo.
Pero se preguntarán quien era
yo antes de este incidente.
Nací aquí en la estación
orbital de Ceres, en el módulo cuatro. Actualmente, en el año 72 ya son 10
módulos. Me llamo Pekka en honor al hombre que teorizó la estación en la que
vivimos ahora.
Sí, me llamo como el 5% de los
hombres que vivimos aquí. ¡Habiendo tantos nombres! Debieron ponerme un nombre
diferente; José o Juan, casi nadie se llama así. Bueno, a final de cuentas ya
no importa, ya nadie me llama así.
Vivo en un hábitat cilíndrico
que tiene diez kilómetros de extensión, un kilómetro de radio y que efectúa una
rotación completa cada 66 segundos con lo cual se genera una gravedad idéntica
a la de la tierra, el lugar en que nacieron nuestros abuelos. Nací en el año 2150
dc, según la cuenta terrestre, y en el año 50 de la estación P. J. Ceres.
Gracias a que en las ciudades
tenemos iluminación artificial, los días y noches son similares a los de la
tierra.
Hasta hace poco la normalidad
para mí era disfrutar de la comodidad de vivir en la casa paterna, de los
muchos pasatiempos que ofrece la ciudad para los jóvenes de mi edad, y en mi
turno laboral estar en el campo, supervisando las labores que realizan las
máquinas para proveernos de los frutos que brinda el lecho de suelo de metro y
medio de profundidad.
Toda ella extraída del planeta
Ceres, que está ubicado en el cinturón de Asteroides de nuestro sistema solar,
de donde extraemos también el agua, manteniendo en esos sentidos autonomía con
respecto al planeta Tierra.
Mientras trabajaba me
ejercitaba y entrenaba lucha yo solo, pues el trabajo no era tan demandante.
Todo en mi mundo se conectaba
perfectamente, y en una granja cercana a mi lugar de trabajo los científicos se
ocupaban de buscar mejoras a las especies animales de las que nos alimentamos.
Me gustaba asomarme todos los
días por ahí para ver a las enormes gallinatruces que pesan un promedio de 30
kilogramos y alcanzan una altura de alrededor de 1 metro; toda una maravilla de
la ingeniería genética que nuestros abuelos nunca hubieran imaginado.
Pasan la mayor parte del
tiempo echadas, como mansas gallinas normales, pero apenas les arrojan las
culebras que constituyen su alimento cotidiano, las singulares criaturas se
levantan con una agilidad bárbara para atrapar y matar a los reptiles con sus poderosas
patas.
Ese vicio inocente de mirarlas
alimentarse fue lo que me llevó a terminar siendo lo que soy ahora. Nunca
imaginé que el ser un luchador famoso traería aparejada esta monstruosidad.
Ray Manzanárez (28-2-2021)
Buen cuento. No cabe duda eres un gran luchador y un buen escritor. Bravo Ray 👌
ResponderBorrarMuchas gracias. Que bueno que te gustó y que lo comentas. Saludos para ti y tu familia.
BorrarSi te es posible comparte el link del cuento por favor.
BorrarQue historia tan futurista. Cuando inició me imaginé todo, menos la unión de dos cuerpos.
ResponderBorrarFelicidades Ray. Muy buena historia.
Muchas gracias. Que bueno que te gustó. Y gracias por comentar, siempre es estimulante recibir retroalimentación.
BorrarSi te es posible comparte el link del cuento por favor.
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