domingo, 28 de febrero de 2021

ÓNIX (#RetoSoM40Semanas - semana 4)

 




Mientras me trasladaban de la habitación a la sala de operaciones me mentalizaba, ya sabía que nuestros cirujanos hacen maravillas y que no podía pasar nada malo, bueno más bien creía que no pasaría nada malo.

En efecto, el trabajo que hacen ellos es excelente, pero lo que han hecho conmigo es deleznable.

Cuando llegué a la sala de operaciones me extrañó, el alcanzar a ver que había alguien más en una plancha ¿Dos operaciones al mismo tiempo en la misma sala? Era algo que yo no imaginaba; no había crisis de espacio ni de recursos; eso era algo que solo ocurría en la tierra, por eso nuestros abuelos prefirieron mudarse aquí.

Todavía más sorprendente resultó el hecho de que levanté un poco la cabeza y al girar la vista, hacia la otra plancha de operaciones, vi a Tobías, mi enemigo, quien a su vez me miraba con asombro en una posición similar a la mía.

Quise preguntar qué era lo que pasaba, pero en ese momento me pusieron una mascarilla para que inhalara la anestesia y ya no pude objetar nada.

Horas después de la operación desperté en el cuarto del hospital, mi madre estaba frente a mí, me miraba con una cara entre el terror y la lástima; era una mirada demasiado inquietante, cerré los ojos y quise darme vuelta hacia el lado opuesto, pero esto fue imposible.

Me atreví a preguntar al fin. – ¿Qué ocurre mamá? ¿Por qué me miras así? – Ella contestó. – La verdad Pekka, nunca pensé que ésta sería la mejora que te harían, nunca había conocido a nadie que fuera como tú eres ahora hijo.

Sentí una gran ansiedad en mi pecho y no tenía idea de que estaba hablando. Entonces escuché la voz de Tobías, casi en mi cráneo. – Pekka, tú y yo ahora somos un solo ser…

Me ha costado mucho superar el shock, resulta que yo firmé aceptando esto y Tobías también lo hizo, pero ninguno de los dos se ocupó de leer lo que nos iban a hacer.

Ahora él y yo somos uno solo, pero con dos cabezas, cuatro piernas y cuatro brazos; tenemos una columna cibernética común con gran movilidad, se bifurca hacia bajo conectándose con nuestras dos pelvis que son independientes, y hace lo mismo hacia arriba donde se bifurca hacia nuestros cuellos.

Nuestras extremidades están reforzadas con flexibles armaduras subcutáneas que se adaptan al trabajo de nuestros músculos.

Somos la sensación en el espectáculo de la lucha libre; a pesar de nuestra monstruosidad no nos faltan mujeres, pero nunca podremos volver a vivir una vida normal.

Además partieron la piedra que había en mi bolsillo cuando ingresé al hospital; incrustaron la mitad en su frente y la otra mitad en la mía y así nos llaman, como esa piedra: Ónix.

Es irónico porque esa piedra que lucimos ahora es la misma que ocasionó que llegáramos a este estado.

El problema empezó una tarde en que veía a singulares aves destrozar a serpientes; solía coincidir ahí con Tobías; la granja se encontraba entre las parcelas que él supervisaba y las que supervisaba yo y era el camino natural que debíamos tomar los dos para regresar a nuestros apartamentos.

Aquel día ocurrió algo excepcional cuando una de las aves tomó una culebra magenta entre sus patas y la azotó contra una roca, para romper su cráneo, una pulida y brillante piedra negra salió volando de su hocico hacia donde estábamos nosotros, saltando el muro de vidrio que nos separaba de ellas; cayó enfrente, y ambos quisimos tomarla, nuestras cabezas chocaron.

Desde donde quedamos tirados, ambos, estiramos una mano para tomarla, nuestras manos chocaron como antes nuestras cabezas, impulsé mi cuerpo sobre mi codo con la intención de cubrir la piedra, pero entonces Tobías me dio un fuerte rodillazo.

Tuve que echarme hacia atrás, vi como él tomaba la piedra, pero sobreponiéndome al dolor en mi costado me arrojé sobre él y di un potente puñetazo en su mandíbula que lo hizo soltar la piedra.

Quedamos los dos de pie, frente a frente, tomamos aire y posponiendo el tomar la piedra continuamos la pelea.

Estábamos en igualdad de condiciones, misma edad, complexión similar y ninguno de los dos había hecho aún mejoras cibernéticas a su cuerpo, alcancé a ver de reojo como las aves dentro de su jaula, pegadas al vidrio nos miraban ahora a nosotros, sin dejar de engullir sus ofidios.

Pasaron de ser el espectáculo a ser espectadoras. La situación era un tanto ridícula. Se escuchó una autoritaria voz. – ¡Paren su riña! – él volteó a mirar de donde venía la voz y yo aproveché para saltar sobre la piedra, ya sabía que era la guardia modular la que nos reprendía.

Cogí la piedra y la alcancé a esconder entre mi ropa antes de ser esposado. Las peleas estaban completamente prohibidas, a no ser las que se realizaban por espectáculo y que controlaba el estado, obteniendo sustanciosas ganancias.

Yo estaba convencido de que nos pondrían una multa y nos dejarían ir en un par horas. Pero estaba muy equivocado.

Me pasaron con el juez cívico; dijo que seríamos condenados a un año de cárcel por daños en propiedad pública.

Era absurdo lo que decía, así que le pedí que se explicara, el mostró en un monitor la pared de vidrio de aquella jaula junto a la que habíamos estado golpeándonos mi estúpido colega y yo; estaba estrellada, sin embargo yo recordaba perfectamente que no la habíamos tocado e incluso que las criaturas presas en la jaula nos estaban contemplando como si fuésemos animales en exhibición.

El juez me dijo que el daño estaba hecho que no tenía caso negarlo y que los guardias eran testigos. Me sentí completamente abatido; sabía que todo eso era una mentira, pero un joven de veintiún años que no quiso estudiar la universidad, no tenía oportunidad alguna de rebatir lo que afirmaba un juez que presentaba evidencias y que tenía como testigos a guardias.

Me quedé sin palabras, mirando hacia el suelo, sintiendo que mi mundo se había acabado.

Palpé en mi bolsillo aquella piedra negra y las lágrimas brotaron de mis ojos, había sido una pelea muy estúpida, pensé en mis padres, en mi hermana, en mi novia en todo lo que estaba a punto de perder y mi pecho se estremecía con los sollozos.

El juez tocó mi hombro, me dijo. – Tranquilo, tenemos una oportunidad para que no tengas que pagar tu año de cárcel, es algo excepcional, se requiere un joven como tú, que ya haya dejado de crecer, pero que aún no se haya hecho mejoras; tu cuerpo es fuerte y estético, haremos de ti un luchador excepcional, el estado pagará tu operación, tu entrenamiento y sabes muy bien lo que gana un luchador profesional.

No podía creer lo que estaba oyendo, no sólo no iría a la cárcel sino que tendría un trabajo muy bien pagado; además, ser luchador era algo que yo secretamente anhelaba. Acepté y firmé los papeles de inmediato; sin leer nada, ese fue mi error, debí haber leído antes lo que estaba autorizando que hicieran conmigo.

Pero se preguntarán quien era yo antes de este incidente.

Nací aquí en la estación orbital de Ceres, en el módulo cuatro. Actualmente, en el año 72 ya son 10 módulos. Me llamo Pekka en honor al hombre que teorizó la estación en la que vivimos ahora.

Sí, me llamo como el 5% de los hombres que vivimos aquí. ¡Habiendo tantos nombres! Debieron ponerme un nombre diferente; José o Juan, casi nadie se llama así. Bueno, a final de cuentas ya no importa, ya nadie me llama así.

Vivo en un hábitat cilíndrico que tiene diez kilómetros de extensión, un kilómetro de radio y que efectúa una rotación completa cada 66 segundos con lo cual se genera una gravedad idéntica a la de la tierra, el lugar en que nacieron nuestros abuelos. Nací en el año 2150 dc, según la cuenta terrestre, y en el año 50 de la estación P. J. Ceres.

Gracias a que en las ciudades tenemos iluminación artificial, los días y noches son similares a los de la tierra.

Hasta hace poco la normalidad para mí era disfrutar de la comodidad de vivir en la casa paterna, de los muchos pasatiempos que ofrece la ciudad para los jóvenes de mi edad, y en mi turno laboral estar en el campo, supervisando las labores que realizan las máquinas para proveernos de los frutos que brinda el lecho de suelo de metro y medio de profundidad.

Toda ella extraída del planeta Ceres, que está ubicado en el cinturón de Asteroides de nuestro sistema solar, de donde extraemos también el agua, manteniendo en esos sentidos autonomía con respecto al planeta Tierra.

Mientras trabajaba me ejercitaba y entrenaba lucha yo solo, pues el trabajo no era tan demandante.

Todo en mi mundo se conectaba perfectamente, y en una granja cercana a mi lugar de trabajo los científicos se ocupaban de buscar mejoras a las especies animales de las que nos alimentamos.

Me gustaba asomarme todos los días por ahí para ver a las enormes gallinatruces que pesan un promedio de 30 kilogramos y alcanzan una altura de alrededor de 1 metro; toda una maravilla de la ingeniería genética que nuestros abuelos nunca hubieran imaginado.

Pasan la mayor parte del tiempo echadas, como mansas gallinas normales, pero apenas les arrojan las culebras que constituyen su alimento cotidiano, las singulares criaturas se levantan con una agilidad bárbara para atrapar y matar a los reptiles con sus poderosas patas.

Ese vicio inocente de mirarlas alimentarse fue lo que me llevó a terminar siendo lo que soy ahora. Nunca imaginé que el ser un luchador famoso traería aparejada esta monstruosidad.

Ray Manzanárez (28-2-2021)

6 comentarios:

  1. Buen cuento. No cabe duda eres un gran luchador y un buen escritor. Bravo Ray 👌

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    1. Muchas gracias. Que bueno que te gustó y que lo comentas. Saludos para ti y tu familia.

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    2. Si te es posible comparte el link del cuento por favor.

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  2. Que historia tan futurista. Cuando inició me imaginé todo, menos la unión de dos cuerpos.
    Felicidades Ray. Muy buena historia.

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    1. Muchas gracias. Que bueno que te gustó. Y gracias por comentar, siempre es estimulante recibir retroalimentación.

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    2. Si te es posible comparte el link del cuento por favor.

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