En alguna de sus múltiples borracheras Ferdinando, tras de ser
abandonado en la carretera debido a su necedad de ebrio, y por algún incidente
del cual no tiene memoria, llegó a esa casa abandonada por un camino de
terracería; la casa era grande y tenía incluso un ático; había un olor que
parecía de lodo podrido; subió a la planta alta y quiso abrir la puerta del
cielorraso que conducía a la buhardilla.
Apenas entreabrió la puerta cuando advirtió un olor realmente
nauseabundo y volvió a atrancarla de inmediato.
Pasó la noche en aquella casa, se metió a una de las recámaras que se
veía hacía mucho había dejado de usarse, había otras dos, y un cuarto de
servicio, pero no quiso explorar más.
Sacó unas cobijas polvorientas de un cajón, las sacudió lo mejor que
pudo y se instaló sobre la cama que también sacudió; estaba acostumbrado a
quedarse en cualquier lugar tirado de borracho, así que las cobijas y la cama
sucia no fueron impedimento para dormir.
Tuvo un sueño peculiar; en él despertaba en esa misma cama, pero todo
estaba limpio, a su lado había una pelirroja, de unos treinta y cinco años, en
el esplendor de su belleza, y con la misma edad que él en la vida real.
Él se levantaba y le daba un beso amoroso en la frente, la dejaba dormir
y se metía al baño para asearse, ahí vio reflejada su imagen en el espejo, en
el sueño era un hombre de sesenta años.
Arsenio era su nombre, era propietario de una prestigiosa joyería en el
centro de la ciudad. Había enviudado joven y no tenía descendencia.
No hacía mucho que Gertrude, aquella bella alemana que dominaba a la
perfección el español, era su mujer, había llegado a trabajar a la joyería tres
meses atrás; en un mes lo enamoró y a los dos meses ya era su esposa.
Antes, de casarse con él, llegaba, siempre a la joyería, acompañada de
su hermano Andreas, quien también hablaba un español perfecto; ambos hermanos
se declaraban contra su nación, decían que Alemania era un lugar horrible, la gente
muy fría y que el clima era igual, que no había nada como el clima de México y
la calidez de su gente.
Hacían estas declaraciones sin vacilar, cada vez que alguien les
preguntaba algo acerca de su país; debido a esto y a la blancura de su piel se
ganaban la simpatía de cualquier mexicano, aunque de por sí la gran mayoría de
los mexicanos somos malinchistas y afectos a cualquiera que tenga aspecto
europeo.
Arsenio y Gertrude acababan de regresar de su luna de miel; un mes
completo en la Riviera Maya. Era el primer día que Arsenio se presentaba en la
joyería después de la boda; sin embargo seguía embelesado con su esposa y
decidió dejar, una vez más, la tienda encargada al subgerente para regresar a
la hora de la comida con su mujer.
No le avisó a ella para darle la sorpresa, incluso tomó un autobús, en
vez de abordar su auto, y caminó el kilómetro de camino de terracería que
separaba a la casa de la carretera; llegó a la entrada de la residencia, le
extrañó no ver a nadie del servicio a la entrada, a quienes esperaba ver para
pedirles que no advirtieran a la señora de su presencia y sorprenderla gratamente.
Se asomó al cuarto de servicio y no vio a nadie. Finalmente dejó el
patio y entró a la sala de su casa, procurando no hacer ruido alguno, se asomó
al comedor, a la cocina, a la biblioteca; todo estaba en perfecto orden, pero
no podía encontrar a nadie, era como si todos los residentes en la casa
hubieran sido abducidos.
Al subir la escalera hacia la planta alta empezó a escuchar unos ruidos
peculiares y murmullos, la recamara más cercana a las escaleras era la de su
cuñado, de ahí provenían los ruidos.
Primero pensó que su cuñado había seducido al ama de llaves y que estaba
con ella, pero luego pudo identificar la voz de su cónyuge, quien hacía el
amor, frenéticamente, con su supuesto hermano.
La vista se le nubló, sus piernas flaquearon, sus oídos zumbaron; estaba
al borde del desmayo y de rodar por las escaleras, pero pudo asirse del
barandal; se sentó al borde del pasillo, tomó una pastilla, de las que llevaba
en el bolsillo interno de su saco, para controlar la presión.
Se quedó un largo rato sentado mientras escuchaba que los amantes
comentaban, sin saber que él oía, el como lo habían engañado; se enteró de que
no eran alemanes, sino oriundos de Jalisco, sus planes posteriores para matarlo
a él y quedarse con todo su patrimonio.
Escuchó como descorchaban una botella de vino para celebrar lo bien que
iban sus planes, para entonces ya la pastilla había hecho su efecto y
devastado, pero con la presión normalizada, bajó silenciosamente las escaleras
y salió de la casa.
A partir de ese momento inició los trámites para no dejar nada a su
esposa; nunca volvió a compartir el lecho con ella; sacó el dinero de las
cuentas de su banco, anuló su matrimonio y echó a ambos de su casa.
A pesar de que logró librarse de aquella estafa sus emociones y su ánimo
quedaron profundamente afectados, comenzó a desconfiar de todo mundo, corrió a
su servidumbre, vendió la joyería y se dedicó a beber.
Este abandono, de sí mismo, propició que aquel par de estafadores lo reencontraran. Lo vieron deambulando ebrio por una calle, ante lo cual decidieron seguirlo sin darse a notar; él llegó hasta su casa y al ver que estaba solo, sin protección alguna, entraron y lo torturaron, tratando de averiguar sí tenía todavía algún dinero para darles.
Ante lo vano de sus esfuerzos decidieron encerrarlo en el ático, atado y
amordazado, y dejar que muriera ahí. Tomaron todo lo de valor que pudieron
cargar en un par de maletas, más un par de botellas y se fueron bebiendo hasta
la carretera en plena noche; llegaron a esta completamente ebrios y fueron
atropellados por un tráiler.
Todo esto soñó Ferdinando, pero el sueño no terminó ahí, una vez que los
amantes yacieron muertos en la carretera, Ferdinando se vio de nuevo en el
ático frente al cadáver de Arsenio, que ya no era uno con él, éste abrió los
ojos y luego la boca para pedirle a Ferdinando que le diera cristiana sepultura
y decirle también los escondites en que su dinero estaba guardado.
Arsenio le recomendó también a Ferdinando que dejara de autodestruirse
como él había hecho y que disfrutara su vida.
Ferdinando siguió las instrucciones de Arsenio y sus recomendaciones,
así que lo enterró, se internó en una clínica para desintoxicarse, se
reencontró con sus padres y hermanos y siguió su vida de la mejor forma
posible; incluso ahora patrocina una clínica de rehabilitación para alcohólicos
que lleva el nombre del difunto Arsenio.
Ray Manzanárez (Versión 09-06-2021)
❤️❤️❤️❤️❤️❤️
ResponderBorrarGracias. Recomienda el blog si te es posible.
BorrarPreciosa cuento, me encantó
ResponderBorrarGracias por tu comentario, que bueno que te gustó tanto.
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